Hace un tiempo, leí un artículo sobre la utilidad o inutilidad de los talleres literarios. Mucho se ha escrito sobre el tema y eso me motiva a compartir hoy mi experiencia que, si bien es subjetiva y de seguro no es única, puede tener algo de valor: Como todo, encontramos opiniones positivas y negativas, así como escritores consagrados que jamás asistieron a uno. ¿Un escritor nace o se hace?, parece la pregunta del millón. Los hay aquellos que por más que se esfuercen y asistan a talleres literarios toda su vida, jamás van a escribir bien pues carecen de eso que se requiere en todo arte: talento. También están los que van a triunfar sin necesidad de un taller porque les sobra capacidad. Ahora, ambos son extremos y pocos escritores han ganado fama de manera espontánea (Ana Frank es uno de ellos). La mayoría transita por una zona gris que tal vez, con trabajo y dedicación, lleguen a escribir de manera aceptable aun cuándo, probablemente, jamás ganen un premio. A mi juicio, sacarle partido al talento escondido que, en mayor o menor medida, todos llevamos dentro, depende del profesor. Asistí por más de un año al taller de un escritor con gran renombre en mi país, pero mi experiencia fue negativa debido a su soberbia y casi nula paciencia con quienes recién empezaban. Por desgracia, en el gremio de los escritores es fácil que los humos suban a la cabeza, además, no me parece correcto utilizar una vara distinta para juzgar los escritos dependiendo de si el autor comparte o no creencias políticas, religiosas o de cualquier índole conmigo. Sus pergaminos no me ayudaron a escribir mejor, por otra parte, no estaba dispuesto a escribir según sus caprichos. No tuve más alternativa que emigrar, pero esta vez al taller de una escritora con menor fama. El ambiente era libre y acogedor. La profesora enseñaba con paciencia, dedicación y, lo más importante, cuidando que sus alumnos buscaran un estilo propio y no perdieran naturalidad. De lo anterior, concluyo que un buen taller no depende de los laureles del profesor, si no, más bien, de su espíritu docente. Hubo un tiempo en que los talleres literarios estuvieron de moda y todo escritor que se preciara de tal debía tener uno. Muchos se transformaron, y todavía hay algunos así, en espacios para alimentar el ego. Sin embargo, pienso que no hay un buen maestro dónde no hay real intención de enseñar y un buen manejo con grupos heterogéneos. Un taller es siempre útil para alguien que empieza a escribir aún cuándo cada persona es un universo diferente. Hay talleres para todos los gustos y debemos buscar uno que nos acomode. También se necesita perseverancia para no dejarse abatir por opiniones adversas a nuestro trabajo. Saludos.