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domingo, 19 de junio de 2011

A una Filosofía para el siglo XXI

Escogí el retrato de Ludwig Wittgenstein para representar al último gran genio de la Filosofía. Trabajó en el estudio de las relaciones que hay entre la lógica y el lenguaje que usamos para describir a nuestro mundo. Llegó a la conclusión de que el límite del lenguaje está en el límite del mundo entendiendo a este como la realidad. Este es el problema trascendental de la Filosofía moderna, establecer con certeza científica si la realidad o el mundo existe con independencia de nosotros o es una creación humana que se va construyendo a medida que avanza la ciencia y el conocimiento. No voy a calificar la importancia de resolver este problema ni su utilidad para las generaciones futuras, pero es una temática compleja  cuya comprensión no llega al hombre común que trabaja y vive en la sociedad actual. La Filosofía pura ha perdido trascendencia y algunos han decretado su muerte. Avanza el conocimiento científico, pero se estanca el desarrollo ético y moral. Ya he definido a la Filosofía cómo el camino que nos lleva a la verdad, es la búsqueda de un método que nos permita razonar y  descubrir los secretos del universo. Nació en la Grecia antigua y se confundió con la matemática y la astronomía ya que los primeros filósofos cultivaban dichas ciencias. Con el desarrollo del pensamiento cada área del conocimiento fue adquiriendo autonomía y por consecuencia el objeto de estudio de la Filosofía pura se fue haciendo más acotado. Poco a poco su materia  se redujo a la lógica y al lenguaje o conocimiento, es decir, al estudio científico y sistemático de lo que podríamos denominar "el razonamiento correcto". Se ha desligado de las preguntas primas. Los profesionales de esta disciplina se remiten a enseñar su desarrollo histórico y los aportes nuevos son pocos y de escasa importancia. Desde la Ilustración que no hay una revolución originada en la Filosofía con la fuerza capaz de cambiar el destino del hombre. El amor por la sabiduría nos debiera llevar a la verdad, pero no a una verdad científica en su estricto significado, si no más bien una verdad que se relacione con el hombre en cuanto hombre  sujeto de derechos, obligaciones y libre de actuar según su criterio y voluntad. La Filosofía debiera avocarse con más ahínco al estudio del hombre como ser integral y relacionado con el universo. Necesitamos con urgencia un nuevo Sócrates que le de sentido a la famosa  frase "solo sé que nada sé". Estamos llegando a un punto de inflexión, y más que preocuparse de la lógica y el conocimiento puro, la Filosofía debiera volver a sus raíces y ocuparse de la formación moral del individuo. Todos aquellos fantásticos avances de la lógica debieran plasmarse en la formación valórica del ciudadano. Avanza la ciencia, pero al mismo tiempo el hombre se enfrenta por primera vez  a su posible extinción. Los avances científicos deben ir de la mano con el desarrollo ético pues ya nuestro futuro empieza a vislumbrarse como insostenible. Tan solo hasta hace unos pocos años que nuestros intelectuales, y basándose en el desarrollo científico, derrochaban optimismo, sin embargo, hoy los pensadores consideran a la humanidad perdida y no apuestan por su  futuro. Si la Filosofía no vuelve a la pregunta prima y nos orienta acerca de  como enfrentar este futuro arbitrario e irracional, ha fracasado. Vivimos tiempos muy distintos a los de Grecia o Roma, pero estoy convencido de que si bien  llegamos al espacio, en materia ética quizás ni siquiera hemos descubierto el fuego. Saludos.

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