“La Cueva” abre sus puertas a medianoche y
recibe tanto a conservadores de pelo corto como a vanguardistas que por semanas
preparan sus vestimentas y peinados con distintos largos, formas, diseños y
colores. Muchos pertenecen a la farándula y otros viven en el anonimato, pero
todos comparten una búsqueda frenética de libertad y la necesidad de expresarse
tal cual son. Hoy inauguran un nuevo equipo de sonido y ha venido más gente que
lo normal en un día de semana. No se ve a casi nadie en la barra ni menos en
los sillones. Las parejas y mirones bailan en el centro de la pista bajo una
tenue luz azul. Afloran los instintos, atrás quedan trancas y limitaciones.
Allí están Álvaro y Lorena, hace un tiempo que
van todas las noches y no les importa que haya clases por la mañana. Él estudia
derecho y ella recién cursa el primer año de arquitectura. No les iba mal en un
comienzo; sin embargo, ahora sienten el hastío propio de esa juventud que se
rebela a lo impuesto por una sociedad que no comprenden. Están aburridos, nadie
los guía y siguen la dirección que sus instintos les indique. Tampoco preguntan
por ellos en sus casas. Decidieron vivir en la noche y así explorar sin límites
la realidad. En la oscuridad nadie los conoce ni los cuestiona. Solo el padre de Álvaro le deja dinero sobre el
velador mientras duerme de vez en cuando sin dirigirle la palabra. Álvaro gasta
esa plata en la entrada de “La Cueva”, en emborracharse, fumar o drogarse.
Viven como animales, depredan en la noche y descansan en el día. Una pareja más
en el centro de la pista que baila como cualquier otra, nadie los mira ni a
nadie le importan.
Álvaro toma a Lorena por la cintura mientras ella cuelga de su cuello y
teje sus cabellos. El muchacho besa sus hombros con suavidad, muerde su nuca y
baja sus manos hasta llegar a los bolsillos traseros de esos jeans que Lorena
usa ajustados para resaltar su figura. Álvaro acaricia esos glúteos y logra que
ella lance un gemido. Lorena le suplica al oído que deje sus manos ahí y no la
suelte. Da la impresión que no se mueven. Solo quieren estar juntos y sentir
como sus cuerpos buscan el calor y el amor que no encuentran en otra parte. Se
miran, se tocan y no existe la gente a su alrededor. Suena una canción lenta
que, de pronto, calla y da lugar a otra estridente. No les queda más que separarse.
Ella toma a Álvaro de la mano y sonríe con picardía. El muchacho entiende de
inmediato lo que su novia quiere y también sonríe. Son cómplices que se aman y
conocen. Caminan de la mano hasta uno de los rincones de “La Cueva” y allí
abundan los sillones en los que podrán tocarse y besarse con tranquilidad.
Los sillones de “La Cueva” son bajos, de cuero rojo y con una mesa de
vidrio frente a ellos para dejar los tragos. Si quieres, puedes pedirle al mozo
que prenda una vela o traiga incienso. Álvaro y Lorena acercan sus labios,
comienzan a besarse y, sin pudor, sus lenguas recorren la humedad de sus bocas
y dientes. Él levanta la cabeza y retira sus labios, pero ella no se conforma y
besa su cuello sin abrir los ojos. No para a pesar de la irritación que le
provoca en sus mejillas aquella barba de tres días que tanto le gusta. Por
ningún motivo quiere que él se afeite. Álvaro disfruta de esos besos al mismo tiempo
que observa lo que ocurre a su alrededor. Hay de todo como siempre: hombres que
bailan con mujeres, mujeres abrazadas y tomadas de la mano, hombres conversando
mientras se acarician en el bar. En fin, tríos y cuartetos. También están los
que, tirados en los sillones, hacen lo que ellos. De un momento a otro, el aire
se impregna con aroma a marihuana y aparece un humo que contrasta con las luces
de neón a pocas mesas de distancia. Allí mismo, aspiran cocaína a la vista de
todos y a nadie extraña que los guardias se desentiendan. Son hombres
corpulentos que visten de traje oscuro y humita, algunos son de raza negra y se
limitan a evitar peleas y así no entre la policía. Se pasean por todos lados
como sabuesos no obstante que hoy es una noche tranquila.
Lorena se cansa e intenta acurrucar su cabeza en el pecho de Álvaro, pero
este se mueve y la aleja suavemente. Se levanta en cámara lenta.
-
No te
preocupes, voy al baño y vuelvo – le dice a Lorena una vez que está de pie.
Álvaro se dirige enseguida al baño sin dejar de mirar a Lorena hasta que
su rostro se hace indistinguible en la oscuridad. Es inevitable pasar a un
costado del bar para llegar a los retretes. Ahí está el Tico, el barman que
saluda y se esmera por ser amable con todos. Un tipo alegre que no duda ejercer
una psicología autodidacta con quien se siente en su barra y lo necesite. Es
moreno, delgado y viste siempre de guayabera pues llegó de Cuba hace unos años
con los secretos del mohito y el ron. Los conoce bien y hace gala de ellos en
la coctelera.
Álvaro entra al baño y, como de costumbre, lo encuentra sucio, húmedo y
con el hedor propio de los lugares que utiliza mucha gente. No hay nadie, solo
están los grafitis que Álvaro ha leído una infinidad de veces y que le siguen
causando gracia. Tanto así, que lanza una carcajada antes de abrir el cierre de
su pantalón. Entra alguien más en ese instante y pone pestillo a la puerta. Se
para tras él y respira sobre su nuca. El joven no puede mirarle la cara y sigue
orinando con naturalidad. Sacude su miembro, lo guarda y comienza a tirar de
nuevo la cremallera para enseguida dar vuelta su cabeza. Al hacerlo, recibe un
puñetazo en la cara que lo empuja de vuelta al urinario y se golpea la espalda.
Cae de rodillas y el hombre lo levanta por la solapa. El muchacho reconoce a
uno de los guardias de “La Cueva” y sabe que es inútil resistirse. Vuelve a
recibir un puñetazo, esta vez en el estómago. El dolor es tan intenso que
apenas puede respirar. Su cuerpo retorna al piso y allí recibe un puntapié en
el pecho que lo deja en posición fetal. El guardia lo mira con frialdad y
luego, como si nada, lo toma del brazo y lo ayuda a levantarse. Álvaro se pone
de pie con lentitud al tiempo que hace arcadas y tapa su nariz pues empieza a
sangrar.
-
¡Acompáñame
– dice el hombre -, el Gordo quiere verte!
Salen del baño y Álvaro rechaza con orgullo la ayuda de su agresor aun
cuando se desplaza con dificultad. Caminan hasta una escala de hierro con forma
de caracol a un costado de una de las salidas de emergencia. Primero sube
Álvaro y después lo sigue el guardia empujándolo para que no se detenga. Arriba
hay un balcón desde el cual el joven observa toda “La Cueva” y se tranquiliza
al ver que Lorena continúa en el sillón sin sospechar que ocurre. Luego es
conducido hasta una puerta de metal que se abre apenas la golpean. Álvaro es
introducido a una habitación sin ventanas e iluminada, tan solo, por una
ampolleta colgada de un alambre en el techo. El muchacho se detiene frente a un
escritorio de madera tras el cual distingue la inconfundible silueta del Gordo,
amo y señor de “La Cueva”.
Es un hombre cercano a los ciento cuarenta kilos y su contextura hace
difícil saber su edad. Posee una enorme cabeza sobre la cual usa una boina
negra que disimula su calvicie y de su cuello cae una papada que hoy está a
medio afeitar. Viste siempre de negro y, al parecer, con las mismas prendas
pues debe costarle encontrar ropa de su talla. Hace señas al guardia para que
acerque una silla y le ofrece asiento a Álvaro. El joven obedece, ve dos
hileras de cocaína sobre un pedazo de vidrio encima del escritorio y se da
cuenta que el rostro del Gordo está desencajado por la droga. Además, de él
emana un fuerte olor a cuerpo que impregna toda la habitación.
-
Me debes
dinero – dice el Gordo.
-
¡Ya te
dije que te pago la próxima semana! – contesta Álvaro.
-
Eso
mismo me dijiste hace unos días – vuelve a decir el Gordo -, no te creo.
De pronto, se escucha un golpe seco sobre la puerta y esta se abre con
violencia. Por ella aparece otro de los guardias con una mujer sujeta de los
brazos que grita y lo insulta, es Lorena. Álvaro quiere ir a su encuentro, pero
lo agarran de los hombros y lo mantienen sentado. Dejan zafarse a Lorena y esta
corre en busca de su novio para abrazarlo. No dice nada mientras examina los
moretones que a Álvaro le dejaron en la golpiza. Toman a la joven de nuevo por
la cintura y la alejan. Álvaro la mira con impotencia ya que no puede hacer
nada por retenerla.
-
¿Para
qué me vienes con cuentos? – dice el Gordo -, si tú a mí no me vas a pagar. ¡La
cocaína que te vendí es de primera y no me gusta desperdiciarla!
-
¡Ya te
dije que te voy a pagar – grita Álvaro con desesperación -, tan solo dame unos
días más!
El Gordo sonríe con ironía al tiempo que pone de pie su enorme humanidad.
Se acerca a Lorena para mirarla con deseo, acaricia su rostro y percibe el asco
que produce en ella. Sabe del rechazo que provoca en las mujeres y no le
importa introducir sus dedos en la boca de la joven para humedecerlos con
saliva. Después pasa esos dedos por sus propios labios y Lorena lo mira con
terror.
-
Ya sé
cómo me puedes pagar – dice el Gordo mientras acaricia los labios de Lorena.
-
¡Noooooooooooo!
– grita Álvaro al comprender lo que iba a suceder.
Álvaro intenta liberarse, pero las manos del guardia lo levantan sin
esfuerzo y lo colocan de espalda a una de las paredes. El Gordo se acerca y le
dirige una mirada llena de desprecio, luego le lanza un escupitajo en medio de
los ojos. El Gordo nunca ensucia sus manos y se retira para dar lugar a que el
guardia golpee a Álvaro en el estómago. Este cae al suelo; sin embargo, su
rostro no expresa dolor, sino resignación. Procura volver a levantarse, pero en
ese instante recibe otro puñetazo y es tan fuerte que lo deja inconsciente.
Se abre la puerta de una de las bodegas de “La Cueva” y Álvaro está en su
interior. Despierta con el ruido de la cocina, no sabe cómo llegó ni cuánto
tiempo lleva allí. Aún tiene jaqueca y se queda en el piso por un momento antes
de levantar su cabeza con esfuerzo. Mira con dificultad pues la luz que viene
de afuera lo encandila, se da cuenta que está en un habitáculo lleno de escobas
y estropajos. Es un piso de baldosa, se pone de pie aun cuando el mareo no
termina y camina hacia el umbral. Le tiemblan las piernas y le duele el cuerpo.
La cocina es un hervidero, hay ruido de platos, garzones corriendo y chefs
preparando comida mientras miran a Álvaro con compasión. Continúan con su
trabajo sin hablarle pues saben cómo llegó allí y nadie desafiará al patrón. El
olor es penetrante y Álvaro está a punto de vomitar. Atraviesa la cocina con
rapidez y sale al bar. El Tico lo observa y se acerca preocupado.
-
¡¿Qué te
pasó chico – pregunta el cubano-, una locomotora te pasó encima?!
-
Por
favor, dame un vaso de agua – contesta Álvaro -, ¿has visto a Lorena?
El Tico se aleja y toma un vaso para llenarlo con agua del lavaplatos.
Álvaro busca a Lorena, pero todo está oscuro. La gente sigue bailando como si
nada hubiese pasado. El Tico regresa con el agua y el joven le arrebata el vaso
de las manos. Bebe con desesperación y tan aprisa, que moja completamente el
pecho de su camisa. El cubano señala
enseguida, con su dedo índice, a uno de los rincones.
-
¡Mira –
dice el Tico -, ahí está Lorena!
Álvaro observa con detención y al principio no ve nada; sin embargo, poco
a poco divisa un bulto tirado en uno de los sillones. No tarda en darse cuenta
de que es una persona y que viste una blusa verde agua, al igual que Lorena. Se
levanta al instante y corre hacia ella. Llega y se queda inmóvil para averiguar
cómo se encuentra. No sabe que le han hecho y no se atreve a tocarla. Lorena
está con los ojos cerrados, él no distingue heridas sobre su cuerpo y la escucha
respirar profundamente. Álvaro se sienta a su lado y comienza a acariciarle el
cabello. Ella despierta de un sobresalto. Primero sonríe al ver que su novio
está a su lado, después lanza un gemido y dos lágrimas comienzan a rodar por
sus mejillas. Se abrazan mientras Álvaro toca su pelvis casi por instinto.
Encuentra deshecho el cierre de su pantalón. El joven aprieta el puño de su
mano derecha y golpea la mesa. Sabe que nada puede hacer. Se acurruca como un
niño junto a su novia al tiempo que ella le toma la mano para sacarla de su
entrepierna.
-
¿Qué te
hicieron? – pregunta Álvaro.
-
El Gordo
me penetró – contesta ella – me duele.
Se quedan quietos y en silencio por minutos que pasan sin que se den
cuenta. Para ellos el silencio también es comunicación y en ese momento se
están comunicando. Ella deja de llorar, pero se aferra tan fuerte al cuello de
él que sus brazos se agarrotan. Ninguno sabe quién protege a quién. Álvaro mete
su mano derecha al bolsillo de su pantalón y saca una bolsa de plástico con
marihuana en su interior, también un cilindro de metal al que llaman pipa. Lo
llena con hierba y lo enciende con un zippo. Da la más fuerte bocanada que
recuerde. Aguanta el humo en sus pulmones por segundos que parecen una
eternidad y luego exhala con lentitud. Lorena observa y estira su mano para
tomar la pipa. Siguen el mismo ritual uno seguido del otro por tres o cuatro
veces. Sus ojos se enrojecen y las personas a su alrededor se convierten en
sombras que hablan un idioma inentendible. Cambia la música, suena una melodía
sin la estridencia de la anterior.
-
¿Todavía
te duele? – pregunta Álvaro.
-
No –
contesta Lorena -, la hierba me hace bien.
-
¡Ven,
vamos a bailar!
-
¡No
Álvaro, por favor no quiero!
-
¡Vamos
ven – insiste él -, levántate y vamos a bailar!
Caminan evitando lastimarse el uno al otro. Después de unos codazos, se
hacen de un lugar en el centro de la pista y se abrazan nuevamente. Comienzan a moverse al ritmo de la música. Quieren
olvidar lo que ha pasado, pero no pueden. Álvaro siente que le han quitado su
tesoro. Lucha contra sí mismo, sin embargo Lorena no es la misma y hasta el
aroma de su pelo ha cambiado. Recorre con las manos su cintura, su espalda y
también sus muslos. Es inevitable pensar que fueron tocados por el Gordo. Todo
se transforma en humo y Lorena también se convierte en sombra al igual que el
resto. Álvaro comienza a apretar su cuello con suavidad en un comienzo, pero
con fuerza después - ¡No es Lorena, es su sombra! -, piensa. Deja que la cabeza
de Lorena se incruste en su pecho. No puede detenerse y sigue apretando, aunque
sabe que su novia se está ahogando - ¡no es Lorena, es una sombra! -, piensa.
La muchacha lo golpea en la espalda con sus puños y luego intenta arañar su
cara, pero todos bailan a su alrededor, son solo sombras, y nadie se da cuenta.
Se escucha un débil gemido que se apaga poco a poco. Pronto los brazos de ella
quedan lacios y Álvaro la sostiene mientras caen de rodillas. Él la suelta y
mira su cara, ha muerto con los ojos abiertos. El joven cierra sus párpados y
la levanta para llevar su cuerpo a la salida. Es tarde y la gente ya se retira
a sus casas. Pasan frente al bar y el Tico ve a Lorena en los brazos de su
novio.
-
¡Me
alegra que la hayas encontrado – dice el Tico -, ¿se encuentra bien?!
-
No te
preocupes – contesta Álvaro -, tan solo tomó más de la cuenta. ¡Nos vemos
mañana!
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