Los que me visitan

sábado, 13 de mayo de 2017

Sin Sentido

“La Cueva” abre sus puertas a medianoche y recibe tanto a conservadores de pelo corto como a vanguardistas que por semanas preparan sus vestimentas y peinados con distintos largos, formas, diseños y colores. Muchos pertenecen a la farándula y otros viven en el anonimato, pero todos comparten una búsqueda frenética de libertad y la necesidad de expresarse tal cual son. Hoy inauguran un nuevo equipo de sonido y ha venido más gente que lo normal en un día de semana. No se ve a casi nadie en la barra ni menos en los sillones. Las parejas y mirones bailan en el centro de la pista bajo una tenue luz azul. Afloran los instintos, atrás quedan trancas y limitaciones.
Allí están Álvaro y Lorena, hace un tiempo que van todas las noches y no les importa que haya clases por la mañana. Él estudia derecho y ella recién cursa el primer año de arquitectura. No les iba mal en un comienzo; sin embargo, ahora sienten el hastío propio de esa juventud que se rebela a lo impuesto por una sociedad que no comprenden. Están aburridos, nadie los guía y siguen la dirección que sus instintos les indique. Tampoco preguntan por ellos en sus casas. Decidieron vivir en la noche y así explorar sin límites la realidad. En la oscuridad nadie los conoce ni los cuestiona. Solo el padre de Álvaro le deja dinero sobre el velador mientras duerme de vez en cuando sin dirigirle la palabra. Álvaro gasta esa plata en la entrada de “La Cueva”, en emborracharse, fumar o drogarse. Viven como animales, depredan en la noche y descansan en el día. Una pareja más en el centro de la pista que baila como cualquier otra, nadie los mira ni a nadie le importan.
Álvaro toma a Lorena por la cintura mientras ella cuelga de su cuello y teje sus cabellos. El muchacho besa sus hombros con suavidad, muerde su nuca y baja sus manos hasta llegar a los bolsillos traseros de esos jeans que Lorena usa ajustados para resaltar su figura. Álvaro acaricia esos glúteos y logra que ella lance un gemido. Lorena le suplica al oído que deje sus manos ahí y no la suelte. Da la impresión que no se mueven. Solo quieren estar juntos y sentir como sus cuerpos buscan el calor y el amor que no encuentran en otra parte. Se miran, se tocan y no existe la gente a su alrededor. Suena una canción lenta que, de pronto, calla y da lugar a otra estridente. No les queda más que separarse. Ella toma a Álvaro de la mano y sonríe con picardía. El muchacho entiende de inmediato lo que su novia quiere y también sonríe. Son cómplices que se aman y conocen. Caminan de la mano hasta uno de los rincones de “La Cueva” y allí abundan los sillones en los que podrán tocarse y besarse con tranquilidad.
Los sillones de “La Cueva” son bajos, de cuero rojo y con una mesa de vidrio frente a ellos para dejar los tragos. Si quieres, puedes pedirle al mozo que prenda una vela o traiga incienso. Álvaro y Lorena acercan sus labios, comienzan a besarse y, sin pudor, sus lenguas recorren la humedad de sus bocas y dientes. Él levanta la cabeza y retira sus labios, pero ella no se conforma y besa su cuello sin abrir los ojos. No para a pesar de la irritación que le provoca en sus mejillas aquella barba de tres días que tanto le gusta. Por ningún motivo quiere que él se afeite. Álvaro disfruta de esos besos al mismo tiempo que observa lo que ocurre a su alrededor. Hay de todo como siempre: hombres que bailan con mujeres, mujeres abrazadas y tomadas de la mano, hombres conversando mientras se acarician en el bar. En fin, tríos y cuartetos. También están los que, tirados en los sillones, hacen lo que ellos. De un momento a otro, el aire se impregna con aroma a marihuana y aparece un humo que contrasta con las luces de neón a pocas mesas de distancia. Allí mismo, aspiran cocaína a la vista de todos y a nadie extraña que los guardias se desentiendan. Son hombres corpulentos que visten de traje oscuro y humita, algunos son de raza negra y se limitan a evitar peleas y así no entre la policía. Se pasean por todos lados como sabuesos no obstante que hoy es una noche tranquila.
Lorena se cansa e intenta acurrucar su cabeza en el pecho de Álvaro, pero este se mueve y la aleja suavemente. Se levanta en cámara lenta.
-        No te preocupes, voy al baño y vuelvo – le dice a Lorena una vez que está de pie.
Álvaro se dirige enseguida al baño sin dejar de mirar a Lorena hasta que su rostro se hace indistinguible en la oscuridad. Es inevitable pasar a un costado del bar para llegar a los retretes. Ahí está el Tico, el barman que saluda y se esmera por ser amable con todos. Un tipo alegre que no duda ejercer una psicología autodidacta con quien se siente en su barra y lo necesite. Es moreno, delgado y viste siempre de guayabera pues llegó de Cuba hace unos años con los secretos del mohito y el ron. Los conoce bien y hace gala de ellos en la coctelera.
Álvaro entra al baño y, como de costumbre, lo encuentra sucio, húmedo y con el hedor propio de los lugares que utiliza mucha gente. No hay nadie, solo están los grafitis que Álvaro ha leído una infinidad de veces y que le siguen causando gracia. Tanto así, que lanza una carcajada antes de abrir el cierre de su pantalón. Entra alguien más en ese instante y pone pestillo a la puerta. Se para tras él y respira sobre su nuca. El joven no puede mirarle la cara y sigue orinando con naturalidad. Sacude su miembro, lo guarda y comienza a tirar de nuevo la cremallera para enseguida dar vuelta su cabeza. Al hacerlo, recibe un puñetazo en la cara que lo empuja de vuelta al urinario y se golpea la espalda. Cae de rodillas y el hombre lo levanta por la solapa. El muchacho reconoce a uno de los guardias de “La Cueva” y sabe que es inútil resistirse. Vuelve a recibir un puñetazo, esta vez en el estómago. El dolor es tan intenso que apenas puede respirar. Su cuerpo retorna al piso y allí recibe un puntapié en el pecho que lo deja en posición fetal. El guardia lo mira con frialdad y luego, como si nada, lo toma del brazo y lo ayuda a levantarse. Álvaro se pone de pie con lentitud al tiempo que hace arcadas y tapa su nariz pues empieza a sangrar.
-        ¡Acompáñame – dice el hombre -, el Gordo quiere verte!
Salen del baño y Álvaro rechaza con orgullo la ayuda de su agresor aun cuando se desplaza con dificultad. Caminan hasta una escala de hierro con forma de caracol a un costado de una de las salidas de emergencia. Primero sube Álvaro y después lo sigue el guardia empujándolo para que no se detenga. Arriba hay un balcón desde el cual el joven observa toda “La Cueva” y se tranquiliza al ver que Lorena continúa en el sillón sin sospechar que ocurre. Luego es conducido hasta una puerta de metal que se abre apenas la golpean. Álvaro es introducido a una habitación sin ventanas e iluminada, tan solo, por una ampolleta colgada de un alambre en el techo. El muchacho se detiene frente a un escritorio de madera tras el cual distingue la inconfundible silueta del Gordo, amo y señor de “La Cueva”.
Es un hombre cercano a los ciento cuarenta kilos y su contextura hace difícil saber su edad. Posee una enorme cabeza sobre la cual usa una boina negra que disimula su calvicie y de su cuello cae una papada que hoy está a medio afeitar. Viste siempre de negro y, al parecer, con las mismas prendas pues debe costarle encontrar ropa de su talla. Hace señas al guardia para que acerque una silla y le ofrece asiento a Álvaro. El joven obedece, ve dos hileras de cocaína sobre un pedazo de vidrio encima del escritorio y se da cuenta que el rostro del Gordo está desencajado por la droga. Además, de él emana un fuerte olor a cuerpo que impregna toda la habitación.
-        Me debes dinero – dice el Gordo.
-        ¡Ya te dije que te pago la próxima semana! – contesta Álvaro.
-        Eso mismo me dijiste hace unos días – vuelve a decir el Gordo -, no te creo.
De pronto, se escucha un golpe seco sobre la puerta y esta se abre con violencia. Por ella aparece otro de los guardias con una mujer sujeta de los brazos que grita y lo insulta, es Lorena. Álvaro quiere ir a su encuentro, pero lo agarran de los hombros y lo mantienen sentado. Dejan zafarse a Lorena y esta corre en busca de su novio para abrazarlo. No dice nada mientras examina los moretones que a Álvaro le dejaron en la golpiza. Toman a la joven de nuevo por la cintura y la alejan. Álvaro la mira con impotencia ya que no puede hacer nada por retenerla.
-        ¿Para qué me vienes con cuentos? – dice el Gordo -, si tú a mí no me vas a pagar. ¡La cocaína que te vendí es de primera y no me gusta desperdiciarla!
-        ¡Ya te dije que te voy a pagar – grita Álvaro con desesperación -, tan solo dame unos días más!
El Gordo sonríe con ironía al tiempo que pone de pie su enorme humanidad. Se acerca a Lorena para mirarla con deseo, acaricia su rostro y percibe el asco que produce en ella. Sabe del rechazo que provoca en las mujeres y no le importa introducir sus dedos en la boca de la joven para humedecerlos con saliva. Después pasa esos dedos por sus propios labios y Lorena lo mira con terror.
-        Ya sé cómo me puedes pagar – dice el Gordo mientras acaricia los labios de Lorena.
-        ¡Noooooooooooo! – grita Álvaro al comprender lo que iba a suceder.
Álvaro intenta liberarse, pero las manos del guardia lo levantan sin esfuerzo y lo colocan de espalda a una de las paredes. El Gordo se acerca y le dirige una mirada llena de desprecio, luego le lanza un escupitajo en medio de los ojos. El Gordo nunca ensucia sus manos y se retira para dar lugar a que el guardia golpee a Álvaro en el estómago. Este cae al suelo; sin embargo, su rostro no expresa dolor, sino resignación. Procura volver a levantarse, pero en ese instante recibe otro puñetazo y es tan fuerte que lo deja inconsciente.


Se abre la puerta de una de las bodegas de “La Cueva” y Álvaro está en su interior. Despierta con el ruido de la cocina, no sabe cómo llegó ni cuánto tiempo lleva allí. Aún tiene jaqueca y se queda en el piso por un momento antes de levantar su cabeza con esfuerzo. Mira con dificultad pues la luz que viene de afuera lo encandila, se da cuenta que está en un habitáculo lleno de escobas y estropajos. Es un piso de baldosa, se pone de pie aun cuando el mareo no termina y camina hacia el umbral. Le tiemblan las piernas y le duele el cuerpo. La cocina es un hervidero, hay ruido de platos, garzones corriendo y chefs preparando comida mientras miran a Álvaro con compasión. Continúan con su trabajo sin hablarle pues saben cómo llegó allí y nadie desafiará al patrón. El olor es penetrante y Álvaro está a punto de vomitar. Atraviesa la cocina con rapidez y sale al bar. El Tico lo observa y se acerca preocupado.
-        ¡¿Qué te pasó chico – pregunta el cubano-, una locomotora te pasó encima?!
-        Por favor, dame un vaso de agua – contesta Álvaro -, ¿has visto a Lorena?
El Tico se aleja y toma un vaso para llenarlo con agua del lavaplatos. Álvaro busca a Lorena, pero todo está oscuro. La gente sigue bailando como si nada hubiese pasado. El Tico regresa con el agua y el joven le arrebata el vaso de las manos. Bebe con desesperación y tan aprisa, que moja completamente el pecho de su camisa.  El cubano señala enseguida, con su dedo índice, a uno de los rincones.
-        ¡Mira – dice el Tico -, ahí está Lorena!
Álvaro observa con detención y al principio no ve nada; sin embargo, poco a poco divisa un bulto tirado en uno de los sillones. No tarda en darse cuenta de que es una persona y que viste una blusa verde agua, al igual que Lorena. Se levanta al instante y corre hacia ella. Llega y se queda inmóvil para averiguar cómo se encuentra. No sabe que le han hecho y no se atreve a tocarla. Lorena está con los ojos cerrados, él no distingue heridas sobre su cuerpo y la escucha respirar profundamente. Álvaro se sienta a su lado y comienza a acariciarle el cabello. Ella despierta de un sobresalto. Primero sonríe al ver que su novio está a su lado, después lanza un gemido y dos lágrimas comienzan a rodar por sus mejillas. Se abrazan mientras Álvaro toca su pelvis casi por instinto. Encuentra deshecho el cierre de su pantalón. El joven aprieta el puño de su mano derecha y golpea la mesa. Sabe que nada puede hacer. Se acurruca como un niño junto a su novia al tiempo que ella le toma la mano para sacarla de su entrepierna.
-        ¿Qué te hicieron? – pregunta Álvaro.
-        El Gordo me penetró – contesta ella – me duele.
Se quedan quietos y en silencio por minutos que pasan sin que se den cuenta. Para ellos el silencio también es comunicación y en ese momento se están comunicando. Ella deja de llorar, pero se aferra tan fuerte al cuello de él que sus brazos se agarrotan. Ninguno sabe quién protege a quién. Álvaro mete su mano derecha al bolsillo de su pantalón y saca una bolsa de plástico con marihuana en su interior, también un cilindro de metal al que llaman pipa. Lo llena con hierba y lo enciende con un zippo. Da la más fuerte bocanada que recuerde. Aguanta el humo en sus pulmones por segundos que parecen una eternidad y luego exhala con lentitud. Lorena observa y estira su mano para tomar la pipa. Siguen el mismo ritual uno seguido del otro por tres o cuatro veces. Sus ojos se enrojecen y las personas a su alrededor se convierten en sombras que hablan un idioma inentendible. Cambia la música, suena una melodía sin la estridencia de la anterior.

-        ¿Todavía te duele? – pregunta Álvaro.
-        No – contesta Lorena -, la hierba me hace bien.
-        ¡Ven, vamos a bailar!
-        ¡No Álvaro, por favor no quiero!
-        ¡Vamos ven – insiste él -, levántate y vamos a bailar!
Caminan evitando lastimarse el uno al otro. Después de unos codazos, se hacen de un lugar en el centro de la pista y se abrazan nuevamente.  Comienzan a moverse al ritmo de la música. Quieren olvidar lo que ha pasado, pero no pueden. Álvaro siente que le han quitado su tesoro. Lucha contra sí mismo, sin embargo Lorena no es la misma y hasta el aroma de su pelo ha cambiado. Recorre con las manos su cintura, su espalda y también sus muslos. Es inevitable pensar que fueron tocados por el Gordo. Todo se transforma en humo y Lorena también se convierte en sombra al igual que el resto. Álvaro comienza a apretar su cuello con suavidad en un comienzo, pero con fuerza después - ¡No es Lorena, es su sombra! -, piensa. Deja que la cabeza de Lorena se incruste en su pecho. No puede detenerse y sigue apretando, aunque sabe que su novia se está ahogando - ¡no es Lorena, es una sombra! -, piensa. La muchacha lo golpea en la espalda con sus puños y luego intenta arañar su cara, pero todos bailan a su alrededor, son solo sombras, y nadie se da cuenta. Se escucha un débil gemido que se apaga poco a poco. Pronto los brazos de ella quedan lacios y Álvaro la sostiene mientras caen de rodillas. Él la suelta y mira su cara, ha muerto con los ojos abiertos. El joven cierra sus párpados y la levanta para llevar su cuerpo a la salida. Es tarde y la gente ya se retira a sus casas. Pasan frente al bar y el Tico ve a Lorena en los brazos de su novio.
-        ¡Me alegra que la hayas encontrado – dice el Tico -, ¿se encuentra bien?!
-        No te preocupes – contesta Álvaro -, tan solo tomó más de la cuenta. ¡Nos vemos mañana!













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