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jueves, 8 de mayo de 2025

¿Tiene el Partido Comunista un compromiso real con la democracia?

    Muy buenas tardes. Hace pocos días, la candidata presidencial del Partido Comunista chileno, Jeannette Jara, y el presidente del mismo partido, Lautaro Carmona, afirmaron que el régimen cubano es una "democracia distinta o más avanzada". Esta frase, lejos de ser una simple opinión, plantea un dilema profundo y al que hay que darle la importancia que merece en realidad: ¿Tiene el comunismo chileno un compromiso honesto con la democracia o la utiliza solo como un vehículo estratégico para alcanzar un modelo totalitario? ¿Puede considerarse democrático un partido que justifica regímenes donde no existen elecciones libres, libertad de prensa ni separación de poderes? Las declaraciones de Jara y Carmona no son inocentes: reflejan una visión ideológica que relativiza principios esenciales de cualquier democracia auténtica.

    Las afirmaciones de estos personeros no fueron improvisadas. Una se dio en una entrevista donde se le preguntó directamente a la candidata por su opinión sobre Cuba. La otra se dio en un programa radial. La calificación del régimen cubano como "democracia distinta o más avanzada" generó críticas inmediatas. Muchos se preguntan: ¿Es admisible relativizar los principios democráticos en nombre de una ideología? El PC chileno tiene una historia compleja. Fue perseguido durante años, proscrito en varias ocasiones, y también tuvo momentos de integración institucional. Sin embargo, también ha sostenido admiración por regímenes como Cuba o Corea del Norte. ¿Puede un partido declararse democrático si respalda sistemas de partido único sin elecciones libres ni libertad de prensa?

    Aquí se encuentra la clave del debate. Para el comunismo clásico, desde Marx hasta los regímenes del siglo XX, la llamada "democracia burguesa" no es más que una fachada, una herramienta de la clase dominante para perpetuar su poder bajo apariencia de pluralismo. Según esta visión, las elecciones libres, la separación de poderes y la libertad de prensa no serían más que mecanismos de control ideológico al servicio del capital. Frente a esto, el comunismo propone lo que llama una "democracia popular" o "socialista", en la cual el partido comunista y único representa la voluntad histórica del pueblo. Ya no se trata de garantizar la participación de todos, sino de conducir a la sociedad hacia una meta prefijada: la revolución, la construcción del socialismo y, en teoría, una futura sociedad sin clases. 

    En la práctica, este concepto ha derivado inevitablemente en totalitarismos: partidos únicos, censura, represión, ausencia de alternancia y culto al líder. La democracia, en este contexto, deja de ser un sistema de convivencia basado en el respeto a la diversidad, para transformarse en un mecanismo de legitimación del poder absoluto de una élite que dice hablar en nombre del pueblo.

    Bajo estos supuestos, Cuba está muy lejos de ser una democracia. Hay partido único, no hay elecciones libres, ni libertad de prensa, ni separación de poderes. ¿Puede un candidato presidencial en Chile llamar a eso democracia sin poner en duda su compromiso real y honesto con nuestro sistema político? 
    En este marco, la contradicción del Partido Comunista chileno es evidente: participa activamente en el juego democrático (ocupa cargos, postula candidatos, incide en políticas públicas), pero al mismo tiempo mantiene una simpatía explícita por regímenes donde ese mismo juego está prohibido. Esta dualidad no es casual: forma parte de una estrategia histórica del comunismo para utilizar las instituciones democráticas mientras resultan útiles, pero sin asumir un compromiso genuino con sus principios fundamentales.
    ¿Por qué el PC no sincera su postura? Porque decir la verdad implicaría quedar inhabilitado para gobernar en un sistema democrático. El discurso del compromiso democrático es una táctica, no una convicción. Esto ha llevado a algunos sectores a plantear abiertamente si corresponde o no prohibir por ley la existencia de partidos que adhieren a ideologías totalitarias, de izquierda o de derecha.
    Chile enfrenta hoy una crisis de confianza en sus instituciones. Declaraciones como las de Jara y Carmona profundizan esa crisis. Si vamos a defender la democracia, debemos hacerlo sin dobles estándares. No hay "democracias distintas o más avanzadas que otras". Hay democracia o dictadura. Así de simple. La libertad, el pluralismo y la alternancia no son opcionales. Son esenciales en todo sistema democrático. Y los partidos políticos que aspiren a gobernar deben comprometerse con ellas sin ambigüedades.
    Y aquí surge una pregunta incómoda, pero inevitable:

    ¿Tiene la democracia el derecho, o incluso el deber,  de defenderse de quienes no creen en ella?
    La historia demuestra que muchas veces las democracias han sido socavadas desde dentro por movimientos que, una vez en el poder, destruyen las libertades que las hicieron posibles. Por eso, en muchos países existe legislación que impide la participación política de partidos que promuevan sistemas totalitarios o que violenten los derechos fundamentales.

    No se trata de limitar el pluralismo, sino de protegerlo. La democracia no puede ser tan ingenua como para abrirle las puertas a quienes quieren clausurarla desde dentro. Defenderla exige coraje, claridad moral y coherencia.

    Chile necesita un debate honesto sobre este tema. Porque no todas las ideologías son compatibles con la democracia, y no todo proyecto político es aceptable bajo el alero del pluralismo. La libertad exige límites claros frente a quienes desean abolirla. Y es responsabilidad de todos (ciudadanos, políticos y medios de comunicación) no mirar hacia otro lado cuando esos límites son cruzados.

    En resumen...no hay “democracias distintas o avanzadas”. Hay democracia con libertad de prensa, de expresión, de asociación y con elecciones libres o hay dictadura, aunque se disfrace de participación popular. Es hora de exigir claridad. Es hora de preguntarse si estamos permitiendo que se infiltre en nuestra convivencia democrática un proyecto totalitario. Y es hora, también, de preguntarnos con seriedad si debe permitirse la participación en nuestro sistema democrático de partidos que, en los hechos, no creen en la democracia.

    ¿Qué opinas tú? ¿Puede un partido que admira dictaduras de izquierda ser considerado democrático?

    Saludos.

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