Pero como en este país el realismo mágico es política pública, mientras nos enterábamos de ese escándalo, la justicia chilena hacía su propio número de escapismo: un sicario venezolano puesto en prisión preventiva por homicidio fue dejado en libertad... ¡por error administrativo! No se fugó por un túnel ni rompió barrotes: le abrieron la puerta y le dijeron “puede irse”. Y se fue. Como si se tratara de una devolución en retail.
¿Y después? Después se dieron cuenta del “pequeño detalle”. Tarde, por supuesto.
¿Y quién responde? Nadie. Como siempre.
Y entonces, como un grito de sentido común en medio del desvarío, surge la pregunta inevitable: ¿Esto siempre ha pasado y ahora simplemente se sabe… o estamos presenciando el colapso gradual de nuestras instituciones, en tiempo real y en cadena nacional?
I. El director que no paga:
Parece un chiste contado en el peor momento, pero no lo es: el hombre a cargo de perseguir a los que no pagan impuestos… no pagaba los suyos. Javier Etcheverry, flamante director del Servicio de Impuestos Internos, tuvo que renunciar luego de que se revelara que debía años, sí, años de contribuciones por un inmueble de su propiedad.
Uno pensaría, ingenuamente, que alguien que vive fiscalizando el cumplimiento de la ley… la cumple.
Pero estamos en Chile, donde la ley es como el vino: algunos la toman, otros la huelen… y los de arriba se la sirven en copa de cristal.
Lo más tragicómico es que la lucha contra la evasión tributaria es una de las grandes banderas morales del gobierno de Boric. Nos repiten, con cara seria y dedo en alto, que “el país justo se construye pagando impuestos”.
Pero resulta que el mismo funcionario que firma las cartas de notificación, las ignora cuando van a su nombre. ¿Multa? ¿Sanción? No, no, solo una renuncia elegante y a seguir la vida.
Es como si el carabinero que te multa por exceso de velocidad fuera sorprendido corriendo picadas en su día libre.
Y entonces surge la pregunta que nadie quiere contestar:
¿Quién fiscaliza al fiscalizador?
II. El sicario liberado por error
Y mientras Etcheverry salía discretamente por la puerta trasera del SII, en otro rincón del país, a un sicario venezolano lo dejaban en libertad por “error administrativo”.
Sí, no se escapó con una lima escondida en el pan ni por un túnel a lo “El Chapo”. Simplemente, le abrieron la puerta… y se fue.
¿Quién era este caballero? Nada menos que un sicario internacional, imputado por el homicidio del llamado “Rey de Meiggs”. Un criminal de alta peligrosidad, al que el Estado chileno dejó ir como si se tratara de un reclamo mal gestionado en una tienda por departamentos.
Y claro, cuando la prensa preguntó cómo fue posible, vino el clásico espectáculo del dedo apuntador: Gendarmería culpa al tribunal, el tribunal a Gendarmería, el ministro Cordero a la falta de coordinación, y todos al sistema… como si el sistema fuera una entidad abstracta flotando en el aire y no una cadena de personas reales con cargo, sueldo y responsabilidad.
Al final, nadie asume nada. Ni renuncias, ni sanciones. Nada.
Y mientras tanto, el sicario, literalmente, anda suelto.
III. La pregunta incómoda:
Dos historias, dos instituciones distintas… un mismo hedor institucional.
Porque, aunque parezcan casos aislados, uno con un escritorio en el SII, el otro con antecedentes por homicidio, ambos comparten el mismo síntoma: la pérdida absoluta de credibilidad.
Cuando el que cobra no paga.
Cuando el que encierra, libera.
Cuando el que debería ser ejemplo, termina dando ganas de hacer lo contrario.
Entonces la pregunta incomoda, molesta, se cuela entre la normalización del absurdo:
¿Esto siempre ha sido así y recién lo estamos sabiendo gracias al exceso de cámaras?
¿O estamos presenciando la decadencia en tiempo real de un Estado que ya ni siquiera intenta parecer serio?
Tal vez ambas cosas. Tal vez siempre fuimos así, pero ahora hay más cámaras, más pantallas, más escándalos por semana.
O quizás el deterioro ya entró en fase crónica y estamos gobernados por gente que no gobierna, dirigidos por instituciones que no funcionan, y protegidos por sistemas que liberan sicarios por error.
Y lo más grave es que ya ni siquiera nos escandalizamos.
Lo comentamos por WhatsApp, lo convertimos en meme, lo dejamos pasar.
Nos reímos… pero con ese humor agrio que ya no es crítica ni sarcasmo: es resignación.
Porque no hay responsables, no hay castigos, no hay liderazgos… solo dedos apuntando al otro y una fila interminable de explicaciones que no explican nada.
Todo se relativiza. Todo da lo mismo.
Y en el fondo, lo sabemos: el problema no es que nadie esté al volante…es que nadie siquiera está mirando la carretera.
IV. Lo que se resquebraja:
La confianza es como un vidrio: cuando se rompe, puedes intentar pegar los pedazos… pero ya no refleja lo mismo.
Y en Chile, cada nuevo escándalo institucional no solo raja el vidrio... lo convierte en astillas.
No es solo el SII. No es solo Gendarmería.
Es el municipio que contrata fundaciones truchas para “gestionar cultura”, mientras la plata desaparece como acto de magia.
Son los miles de funcionarios públicos que nadie sabe bien qué hacen, pero que ahí están, firmando asistencia con la fe de los santos.
Es el ministerio que reparte recursos como si estuviera jugando al Amigo Secreto institucional.
Es el político que miente con una naturalidad que da envidia, sin siquiera sonrojarse… porque ya nadie le exige rubor.
Es, en suma, la certeza incómoda de que todo está dado vuelta.
El que fiscaliza, evade.
El que encarcela, libera.
El que legisla, oculta.
Y el ciudadano, observa, a ratos indignado, a ratos resignado, pero siempre desconfiado.
Porque cuando el Estado pierde su autoridad moral, cuando ya no representa ni el ejemplo, ni la justicia, ni la responsabilidad, ¿con qué cara te exige respeto?
¿Con qué cara te pide que hagas tu parte… si ellos dejaron de hacer la suya hace rato?
Tal vez la verdadera pregunta no es si el problema es nuevo o viejo…
Sino cuánto más estamos dispuestos a tolerar antes de cruzar una línea mucho más peligrosa.
Porque cuando el Estado se deshace entre excusas, escándalos y funcionarios sin rostro,
cuando nadie responde, nadie lidera y todo se relativiza, los ciudadanos empiezan a mirar con nostalgia eso que antes juraban no querer: el orden a cualquier costo.
¿Y entonces qué?
Entonces llega alguien que promete barrer con la corrupción, acabar con la impunidad, poner orden…y con una mano sostiene el “valde” para sacar el barro…y con la otra firma decretos que pisotean derechos.
Y cuando se le acusa de autoritario, simplemente dirá: “Alguien tenía que limpiar esta mugre”.
¿Y tú qué opinas?
¿Esto siempre ha sido así y ahora se sabe más o estamos frente a una decadencia institucional tan brutal, que hasta los errores del pasado parecen tentadores?
Déjamelo en los comentarios.
Tu opinión también cuenta… aunque no seas director del SII ni sicario liberado por error.
Saludos.
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