Siempre fui una persona que
se jactó de su cultura. Puedo aclarar aspectos del pensamiento de Kant y
debatir con seguridad sobre la personalidad de Nietzsche. Conozco a cabalidad
las causales de ambas guerras mundiales. Hago gala de mis conocimientos en historia,
leyes y filosofía en cualquier reunión social. Sin embargo, la pregunta
que una vez me hizo un obrero de la empresa en que me desempeñaba, logró que
cuestionara todo ese conocimiento. El trabajador se acercó y me preguntó: ¿qué
es la filosofía, para qué sirve, cómo nació? No fui capaz de contestar con
claridad. Ese día fue un hito, a pesar de todos los libros que han llegado a
mis manos, me comporté como un ignorante. ¿De qué sirve el conocimiento si no
puedo partir por lo básico? Desde entonces comencé a investigar los cimientos
de nuestra cultura. Comprendí que todo partió en Grecia, con algunos sabios que
comenzaron a cuestionarse el mundo que los rodeaba. Las respuestas no las
buscaron en la religión si no que en la misma naturaleza. Lo importante de este
paso no fueron las conclusiones a que llegaron (casi siempre equivocadas) si
no, más bien, el método desarrollado para encontrar dichas respuestas. Hoy me
pregunto (y es por eso que saco a colación este episodio) ¿no será eso lo que
le falta a nuestra sociedad, recordar a los sabios del pasado e ir a la
esencia de las cosas? En medio de tanto bienestar tecnológico y material no
podemos olvidar que todo tuvo un comienzo. Lo que vivimos en la actualidad es
producto del esfuerzo, ingenio y creatividad de muchas generaciones. La
humildad es también signo de sabiduría y grandeza. Saludos.
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