Desde hace un tiempo, he reflexionado sobre una nueva casta de falsos líderes que ha emergido, ocupando puestos de enorme responsabilidad en distintos ámbitos, tanto en el político como en el empresarial. Estos individuos, a menudo jóvenes, han alcanzado las altas esferas del poder sin la experiencia ni la sabiduría necesarias para asumir dichas responsabilidades con propiedad. En su soberbia, toman decisiones arbitrarias que imponen a la sociedad, camuflándolas bajo un aire democrático. Se creen poseedores de la verdad absoluta y, con tal de lograr sus objetivos, no titubean en pasar por encima de culturas milenarias, a las que desprecian por su menor desarrollo tecnológico o militar.
Este fenómeno no se limita a los poderosos países del norte; lo vemos también en naciones en desarrollo, como Chile. Hoy, más que nunca, los chilenos enfrentan un clima de desconfianza hacia sus líderes políticos debido a los escándalos de corrupción que han sacudido al país en los últimos años. Desde el caso de los "sobresueldos" hasta la investigación en curso por financiamiento irregular de campañas políticas, la corrupción ha erosionado la credibilidad de las instituciones y ha minado el tejido social. Estos escándalos son un reflejo de ese mismo relativismo y falta de ideales que mencioné en mis escritos anteriores.
Vivimos en una sociedad en la que hablar de temas que exigen un mínimo de profundidad intelectual te convierte, con frecuencia, en un “bicho raro”. El triunfo de la democracia liberal y el crecimiento económico han dado paso a una generación que disfruta de un aumento en su renta per cápita, pero que, lamentablemente, ha perdido el interés por sus orígenes y por los valores que han cimentado la civilización. Estos valores no surgieron de la nada; son el fruto de siglos de esfuerzo y reflexión. Sin embargo, hoy prevalece una mentalidad que valora más el éxito rápido y superficial que los principios que nos han sostenido como sociedad.
Este desinterés y la visión individualista predominante han permitido que florezca la corrupción en todos los niveles. La política chilena no es una excepción. Los recientes casos de corrupción no son más que el síntoma de un problema más profundo: una desconexión cultural y ética que se extiende por todas partes. Los falsos líderes de hoy, sean empresarios o políticos, se creen con el derecho de pasar por encima de la ley y de las personas para alcanzar sus propios objetivos, sin considerar el daño a largo plazo.
Este fenómeno ha dado lugar a una nueva clase privilegiada: los dueños de megaempresas y los grandes capitales. Estos individuos operan por encima de la ley y explotan a una clase media y baja que, poco a poco, comienza a darse cuenta de la opresión bajo la que vive. La ciudadanía chilena, por ejemplo, ha empezado a rebelarse, exigiendo justicia y transparencia. Sin embargo, los procesos sociales son largos y complejos, y el cambio no sucede de la noche a la mañana.
A pesar de todo, debemos mantener la esperanza y reconocer a los que son verdaderos líderes que luchan por restaurar la ética y los valores en nuestra sociedad. Son ellos quienes deben guiar nuestro camino. Pero una parte significativa de la población, cegada por el egoísmo y el individualismo, sigue aferrándose a una visión miope que sólo lleva a la decadencia. Ven el mundo como un regalo y piensan que pueden disponer de él a su antojo, olvidando el esfuerzo y los sacrificios que han llevado a la humanidad a su actual estado de desarrollo.
Hoy, más que nunca, debemos estar atentos. Nos enfrentamos a una crisis de liderazgo y valores que amenaza con socavar los cimientos mismos de nuestra civilización. La corrupción, tanto en Chile como en el resto del mundo, es sólo un síntoma de un problema mayor. La lucha por una sociedad más justa y equitativa apenas comienza, y debemos observar con detenimiento lo que nos depara el futuro.
Saludos.
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