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sábado, 26 de julio de 2025

El que cobra no paga y el asesino escapa...!!!

    ¿Quién le cobra al que cobra? El director del SII no paga impuestos y al sicario… lo dejaron libre por error. Chile, país generoso. Tan generoso, que el jefe del Servicio de Impuestos Internos, el mismo que te persigue si te atrasas un día con el IVA o te equivocas en la emisión de una boleta, tenía sus propias contribuciones impagas. Años. No semanas, no meses: años. Y ahí estaba, sentado en su sillón de autoridad, como si nada. Fiscalizando a todos… menos a sí mismo.

    Pero como en este país el realismo mágico es política pública, mientras nos enterábamos de ese escándalo, la justicia chilena hacía su propio número de escapismo: un sicario venezolano puesto en prisión preventiva por homicidio fue dejado en libertad... ¡por error administrativo! No se fugó por un túnel ni rompió barrotes: le abrieron la puerta y le dijeron “puede irse”. Y se fue. Como si se tratara de una devolución en retail.

    ¿Y después? Después se dieron cuenta del “pequeño detalle”. Tarde, por supuesto.
       ¿Y quién responde? Nadie. Como siempre.

      Y entonces, como un grito de sentido común en medio del desvarío, surge la pregunta inevitable:  ¿Esto siempre ha pasado y ahora simplemente se sabe… o estamos presenciando el colapso gradual de nuestras instituciones, en tiempo real y en cadena nacional?

I. El director que no paga:

    Parece un chiste contado en el peor momento, pero no lo es: el hombre a cargo de perseguir a los que no pagan impuestos… no pagaba los suyos. Javier Etcheverry, flamante director del Servicio de Impuestos Internos, tuvo que renunciar luego de que se revelara que debía años, sí, años de contribuciones por un inmueble de su propiedad.
    Uno pensaría, ingenuamente, que alguien que vive fiscalizando el cumplimiento de la ley… la cumple.
    Pero estamos en Chile, donde la ley es como el vino: algunos la toman, otros la huelen… y los de arriba se la sirven en copa de cristal.

    Lo más tragicómico es que la lucha contra la evasión tributaria es una de las grandes banderas morales del gobierno de Boric. Nos repiten, con cara seria y dedo en alto, que “el país justo se construye pagando impuestos”.
    Pero resulta que el mismo funcionario que firma las cartas de notificación, las ignora cuando van a su nombre. ¿Multa? ¿Sanción? No, no, solo una renuncia elegante y a seguir la vida.

    Es como si el carabinero que te multa por exceso de velocidad fuera sorprendido corriendo picadas en su día libre.

    Y entonces surge la pregunta que nadie quiere contestar:

    ¿Quién fiscaliza al fiscalizador?

II. El sicario liberado por error

    Y mientras Etcheverry salía discretamente por la puerta trasera del SII, en otro rincón del país, a un sicario venezolano lo dejaban en libertad por “error administrativo”.
    Sí, no se escapó con una lima escondida en el pan ni por un túnel a lo “El Chapo”Simplemente, le abrieron la puerta… y se fue
    ¿Quién era este caballero? Nada menos que un sicario internacional, imputado por el homicidio del llamado “Rey de Meiggs”. Un criminal de alta peligrosidad, al que el Estado chileno dejó ir como si se tratara de un reclamo mal gestionado en una tienda por departamentos.

    Y claro, cuando la prensa preguntó cómo fue posible, vino el clásico espectáculo del dedo apuntadorGendarmería culpa al tribunal, el tribunal a Gendarmería, el ministro Cordero a la falta de coordinación, y todos al sistema… como si el sistema fuera una entidad abstracta flotando en el aire y no una cadena de personas reales con cargo, sueldo y responsabilidad.
    Al final, nadie asume nada. Ni renuncias, ni sanciones. Nada.

    Y mientras tanto, el sicario, literalmente, anda suelto.

III. La pregunta incómoda:

    Dos historias, dos instituciones distintas… un mismo hedor institucional.
    Porque, aunque parezcan casos aislados, uno con un escritorio en el SII, el otro con antecedentes por homicidio, ambos comparten el mismo síntoma: la pérdida absoluta de credibilidad.
   Cuando el que cobra no paga.
   Cuando el que encierra, libera.
 Cuando el que debería ser ejemplo, termina dando ganas de hacer lo contrario.
  Entonces la pregunta incomoda, molesta, se cuela entre la normalización del absurdo:
   ¿Esto siempre ha sido así y recién lo estamos sabiendo gracias al exceso de cámaras?
  ¿O estamos presenciando la decadencia en tiempo real de un Estado que ya ni siquiera intenta parecer serio?
    Tal vez ambas cosas. Tal vez siempre fuimos así, pero ahora hay más cámaras, más pantallas, más escándalos por semana.
   O quizás el deterioro ya entró en fase crónica y estamos gobernados por gente que no gobierna, dirigidos por instituciones que no funcionan, y protegidos por sistemas que liberan sicarios por error.
   Y lo más grave es que ya ni siquiera nos escandalizamos.

    Lo comentamos por WhatsApp, lo convertimos en meme, lo dejamos pasar.
    Nos reímos… pero con ese humor agrio que ya no es crítica ni sarcasmo: es resignación.
   Porque no hay responsables, no hay castigos, no hay liderazgos… solo dedos apuntando al otro y una fila interminable de explicaciones que no explican nada.
    Todo se relativiza. Todo da lo mismo.
   Y en el fondo, lo sabemos: el problema no es que nadie esté al volante…es que nadie siquiera está mirando la carretera.

IV. Lo que se resquebraja:

   La confianza es como un vidrio: cuando se rompe, puedes intentar pegar los pedazos… pero ya no refleja lo mismo.
     Y en Chile, cada nuevo escándalo institucional no solo raja el vidrio... lo convierte en astillas.
      No es solo el SII. No es solo Gendarmería.
  Es el municipio que contrata fundaciones truchas para “gestionar cultura”, mientras la plata desaparece como acto de magia.
    Son los miles de funcionarios públicos que nadie sabe bien qué hacen, pero que ahí están, firmando asistencia con la fe de los santos.
    Es el ministerio que reparte recursos como si estuviera jugando al Amigo Secreto institucional.
    Es el político que miente con una naturalidad que da envidia, sin siquiera sonrojarse… porque ya nadie le exige rubor.
    Es, en suma, la certeza incómoda de que todo está dado vuelta.
     El que fiscaliza, evade.
     El que encarcela, libera.
     El que legisla, oculta.
   Y el ciudadano, observa, a ratos indignado, a ratos resignado, pero siempre desconfiado.
  Porque cuando el Estado pierde su autoridad moral, cuando ya no representa ni el ejemplo, ni la justicia, ni la responsabilidad, ¿con qué cara te exige respeto?
    ¿Con qué cara te pide que hagas tu parte… si ellos dejaron de hacer la suya hace rato?
  Tal vez la verdadera pregunta no es si el problema es nuevo o viejo…

   Sino cuánto más estamos dispuestos a tolerar antes de cruzar una línea mucho más peligrosa.

  Porque cuando el Estado se deshace entre excusas, escándalos y funcionarios sin rostro,
cuando nadie responde, nadie lidera y todo se relativiza, los ciudadanos empiezan a mirar con nostalgia eso que antes juraban no querer: el orden a cualquier costo.
    ¿Y entonces qué?
   Entonces llega alguien que promete barrer con la corrupción, acabar con la impunidad, poner orden…y con una mano sostiene el “valde” para sacar el barro…y con la otra firma decretos que pisotean derechos.
   Y cuando se le acusa de autoritario, simplemente dirá: “Alguien tenía que limpiar esta mugre”.
   ¿Y tú qué opinas?
   ¿Esto siempre ha sido así y ahora se sabe más o estamos frente a una decadencia institucional tan brutal, que hasta los errores del pasado parecen tentadores?
     Déjamelo en los comentarios.
   Tu opinión también cuenta… aunque no seas director del SII ni sicario liberado por error.

    Saludos.

jueves, 17 de julio de 2025

La izquierda se radicaliza, Matthei se desploma… y Kast sonríe...

    Chile acaba de vivir unas primarias que, seamos honestos, pocos miraron de cerca. Entre feriados, memes y resúmenes de fútbol, el país apenas notó que se jugaba algo más que candidaturas: se jugaba el mapa del poder para los próximos años.

 Y vaya si hubo sorpresas.

 Jeanette Jara, comunista de tomo y lomo, militante del Partido desde los quince años, no solo ganó: arrasó. Carolina Tohá se quedó atrás, mostrando que el socialismo democrático hoy es poco más que el florero del living oficialista: luce bien, no pesa nada.

 Al otro lado, Evelyn Matthei, esa carta moderada que supuestamente iba a unir a la derecha, se desmorona en las encuestas, cayendo a un magro nueve por ciento según la última Cadem. Y mientras ella patina, José Antonio Kast se frota las manos. Sin hacer demasiado ruido, con ese estilo de “aquí no pasa nada, pero pasa todo”, se perfila como el favorito para pasar a segunda vuelta.

 Pero atención: no está solo.

 Asoma Johannes Kaiser: influencer, diputado y voz deslenguada de la derecha más dura. Ojo, porque Kaiser no es solo el opinólogo gritón que muchos pintan. En un comienzo marcó fuerte en las encuestas, aunque su base de apoyo ha disminuido. Sin embargo, ha encontrado (quién sabe si por diseño o accidente) un rol funcional al Partido Republicano: centra a Kast, empuja el debate hacia la derecha y mantiene encendida a la base más radical.

 Y no olvidemos: Kaiser es relativamente nuevo en política… y ya fundó un partido.

 Puede que hoy no esté en primera línea presidencial, pero subestimarlo sería un error. Hay que tenerle ojo: en futuras campañas podría sorprender, crecer, dividir… o incluso disputarle espacio al mismísimo Kast.

 Lo de Jeanette Jara no es solo un triunfo de nombre: es un triunfo de proyecto.

 La izquierda chilena ya no es ese bloque socialdemócrata que buscaba equilibrios, consensos o acuerdos de salón: hoy se abraza abiertamente al Partido Comunista.

 Un PC que defiende a Cuba como “una democracia distinta”, que justifica a Nicaragua porque “la prensa opositora era golpista”, y que jamás ha hecho una autocrítica seria sobre Venezuela.

 ¿Jara representa a la izquierda moderna? No.

 Representa a la izquierda que dice sin tapujos lo que cree, que no le pone filtros a su ADN ideológico, mientras el Frente Amplio se corre encantado para acompañarla, sonriendo para la foto.

 Es como si hubieran decidido que lo cool ya no es disimular: es asumirlo todo con orgullo.

 ¿Y Tohá? Olvidada. Relegada. Su espacio político es el de un museo.

 En la derecha, Evelyn Matthei se derrumba.

 La “opción moderada”, la “centroderecha razonable”, no logra ni emocionar ni conectar. Matthei quedó atrapada entre su pasado político, sus contradicciones, y un Chile que hoy está dividido, polarizado y sediento de posiciones claras y sin matices.

 Mientras ella intenta tender puentes, el país ya está quemando los tablones.

 ¿Quién capitaliza ese vacío?

 José Antonio Kast.

 El hombre al que todos daban por quemado después del segundo proceso constitucional. El candidato al que la prensa miraba con condescendencia, como si fuera un mal recuerdo del pasado reciente.

 Hoy, según la misma Cadem, supera cómodamente a Jara en segunda vuelta: 47 a 36 por ciento.

 No solo no desapareció: volvió más fuerte, más pragmático y, sobre todo, más centrado.

 ¿Y quién lo ayuda en ese proceso?

 Johannes Kaiser.

 Aunque ya no marca como al principio, Kaiser cumple un rol clave: mantiene viva la agenda dura, radicaliza el discurso donde Kast decide no embarrarse, agita a las bases más conservadoras y, le guste o no al propio Kast, termina siendo funcional al proyecto republicano.

 No es solo un youtuber metido a político: es un armador ideológico en la sombra. Y conviene no perderlo de vista: no se descarta que en un par de elecciones más, Kaiser ya no juegue para otro, sino para sí mismo.

 Así que llegamos al escenario que todos comentan o temen en voz baja: Jara vs. Kast en segunda vuelta.

 El duelo soñado por algunos, la pesadilla de otros.

 La izquierda llega con la bandera roja bien desplegada, sin vergüenza, sin moderación. El Partido Comunista no disimula: Cuba, Nicaragua, Venezuela… todo es justificable si lo narra alguien de los suyos.

 Jara no es socialdemocracia maquillada: es comunismo orgulloso.

 Al frente, José Antonio Kast se presenta como el único que puede detener esa marea. Pero atención: no es el mismo Kast de 2021. Ahora viene más pragmático, menos incendiario en lo público, aunque el fuego lo sigue alimentando Johannes Kaiser desde los márgenes.

 Kast sonríe para la cámara, Kaiser prende las redes. Es una dupla que funciona, aunque no siempre se reconozca como tal.

 Y el centro… bueno, ¿qué centro?

 Evelyn Matthei ya está ocupada pensando cómo salvar al menos una que otra alcaldía. Los votantes moderados, huérfanos. El socialismo democrático, disecado.

 En Chile, lo que se juega no es solo quién será presidente: se juega si todavía existe un espacio para los matices o si el país se entregó por completo a la polarización.

 Así que te lo pregunto a ti:

 ¿Quién crees que representa mejor lo que hoy siente Chile?

 ¿Jeanette Jara, con su comunismo sin complejos?

 ¿O Kast, con su cruzada contra el progresismo?

 ¿Es Matthei el último suspiro de una centroderecha que ya no seduce a nadie?

 Déjame tu opinión en los comentarios. Porque más allá de los números, lo que viene ahora es otra batalla: la de las ideas, los miedos y los deseos que están debajo de cada voto.

 Saludos.

lunes, 23 de junio de 2025

Del canto al pensamiento: cómo la poesía dio origen a la civilización...

 

     Hace unos meses publiqué un artículo con el propósito de explicar la importancia que tienen Homero y sus poemas épicos (La Ilíada y La Odisea) en el origen de la literatura. Mi intención fue, además, que los lectores tomaran conciencia de que el surgimiento de la literatura, más allá de ser el arte de producir belleza con las palabras, marca también el inicio de nuestra civilización.

    La pregunta cae de cajón: ¿por qué se le atribuye tal relevancia a los poemas homéricos?

    De la mayoría de los textos antiguos sólo nos han llegado fragmentos, y suelen interesar sólo a eruditos. No ocurre lo mismo con Homero: sus obras, completas y complejas, no llegaron a nosotros por casualidad ni por hallazgos arqueológicos. Fueron copiadas, traducidas, comentadas y leídas sin interrupción desde hace dos mil ochocientos años. Ese fervor constante permitió que hoy podamos conocerlas, analizarlas y emocionarnos con ellas.

    Cuando estas obras se fijan por escrito, gracias a la invención del alfabeto fonético,  se produce un punto de inflexión: a partir de entonces, la cultura y el conocimiento se transmiten por escrito. La escritura no solo conserva, también transforma: obliga a pensar con claridad, a ordenar, a precisar. Por eso da lugar a un pensamiento más racional, más lógico, más abstracto. Es el inicio de la actitud crítica del ciudadano griego frente a la naturaleza, la religión, la política y la vida.

    Pero que de la poesía emerjan la ciencia y la filosofía es un fenómeno que necesita tiempo. Homero fue, en esencia, un poeta épico. La Ilíada relata las gestas heroicas de los micénicos en la Guerra de Troya. Sin embargo, en ella el ser humano aparece como arquetipo, sin profundidad individual. El héroe homérico actúa según lo que se espera de él; su conducta es previsible, pues está guiada por la voluntad de los dioses. El mundo homérico no conoce el libre albedrío: todo suceso es atribuido a la intervención divina.

    Y aun así, desde esa poesía comienza algo nuevo: el largo proceso hacia el “descubrimiento de la individualidad”, un fenómeno que se dio con fuerza en el mundo griego y que fue condición necesaria para el nacimiento de la filosofía y la ciencia.

    En La Odisea ya se percibe otro tono. Aunque los dioses aún intervienen, el protagonista, Ulises, actúa con astucia, voluntad y determinación. Su deseo de volver a Ítaca no depende del capricho divino, sino de su propio ingenio. Frente al héroe fuerte de La Ilíada, aparece ahora un hombre flexible, resolutivo, profundamente humano. El realismo del personaje hace que La Odisea se acerque más a la vida y abra paso a una nueva forma de narrar.

    En ese escenario surge Hesíodo, figura tan enigmática como Homero. Se estima que vivió entre fines del siglo VIII y comienzos del VII a.C. Él mismo cuenta que era pastor y que decidió hacerse poeta tras una revelación de las musas al pie del monte Helicón. Sus dos obras más importantes: "Teogonía" y "Los trabajos y los días", marcan una ruptura con la tradición épica.

    "Teogonía" es un intento por explicar el origen del universo desde una perspectiva mitológica pero ordenada. A partir del caos, Hesíodo narra el surgimiento de los dioses y el establecimiento del orden cósmico. En "Los trabajos y los días", por su parte, hace una apología del trabajo, advirtiendo a su hermano Perses que solo el esfuerzo evita la miseria. “Los dioses y los hombres odian al holgazán”, escribe. El mensaje ya no es heroico ni bélico: es ético, cotidiano, concreto.

    Y así pasamos de la épica a la lírica. Nacida en Asia Menor, la lírica griega es poesía del yo: canta al amor, la amistad, la pena, la fugacidad de la vida. Exalta el sentimiento individual. Es la voz de autores concretos como Safo, Alceo, Anacreonte, Píndaro, entre muchos otros.

    ¿Por qué este giro? Porque en la Edad Arcaica surgen las polis: ciudades-estado que exigen la participación activa de sus ciudadanos. Nace la política. El hombre homérico, súbdito de dioses y reyes, se convierte en ciudadano con voz y voto. Esto transforma su conciencia: ya no puede atribuirlo todo a los dioses. Comienza a pensar por sí mismo.

    Así aparece Jenófanes, filósofo y poeta que cuestiona los mitos tradicionales. Influido por la filosofía jónica, intenta reemplazar la revelación divina por la observación de la naturaleza. A la par, surgen las leyes escritas, la prosa, el derecho. Ya no es la épica la que modela la conducta, sino las normas de la polis. La prosa reemplaza a la poesía en la vida pública; esta, relegada a la intimidad, da origen a la lírica.

    Desde entonces, el hombre distingue dos ámbitos: el social (la polis) y el natural (physis). Y así, los poetas como Arquíloco y Safo conviven con los pensadores como Tales, Parménides o Heráclito. Unos se inspiran en los otros. La poesía no desaparece, pero da paso a nuevos lenguajes para pensar el mundo.

  Y así, en este artículo he intentado trazar el recorrido que va desde la épica de Homero hasta el surgimiento de la filosofía y la ciencia. Un trayecto en el que el hombre pasa de héroe a ciudadano, del mito al pensamiento, de la palabra cantada a la palabra escrita. Y de la importancia de esta en la evolución de nuestro pensamiento abstracto. Porque, aunque parezca increíble, todo comenzó con poesía.

    Saludos.


miércoles, 11 de junio de 2025

25.000 licencias truchas: el verdadero cáncer del Estado chileno

   En un Chile donde la desconfianza hacia las instituciones públicas crece como una mancha de aceite, el reciente nombramiento de Dorothy Pérez como nueva Contralora General de la República no ha pasado desapercibido.

    Para quienes siguen la política nacional, su nombre no es nuevo. Fue subcontralora durante la administración de Jorge Bermúdez, con quien protagonizó un conflicto que hizo temblar a la propia Contraloría. Bermúdez intentó destituirla sin éxito. Pero no se quedó ahí: hizo cuanto pudo para bloquear su ascenso.

    Sin embargo, el destino da vueltas. Hoy, Dorothy Pérez vuelve como la máxima autoridad del organismo encargado de fiscalizar el aparato estatal. Y con su llegada, las alarmas vuelven a encenderse. No solo por su turbulento historial, sino porque nuevas denuncias estremecen los pasillos del ente fiscalizador.

    Una de ellas, en particular, impacta por su magnitud: 25.000 licencias médicas fraudulentas entregadas a funcionarios públicos.

    No estamos hablando de un error administrativo ni de una cifra inflada. Esto es un verdadero golpe al corazón del Estado. Un agujero millonario al erario fiscal. Una muestra de complicidad sistémica.

    ¿Cómo se explica que miles de empleados públicos hayan recibido licencias sin justificación médica real?
    ¿Quién firma esos permisos?
    ¿Quién los valida?
    Y, lo más importante... ¿quién se hace cargo del fraude?

    El caso de las licencias truchas no solo revela debilidad en los controles internos del Estado. Lo que asoma, sin maquillaje, es algo mucho más grave: complicidad, desidia… y una sinvergüenzura institucionalizada.

    Pero más allá del escándalo puntual, esta crisis nos empuja a una pregunta incómoda:
    ¿Estamos ante una cultura de la impunidad incrustada en el corazón del aparato público?
    ¿O simplemente estamos constatando, una vez más, esa vieja pillería nacional, esa viveza criolla, que cruza tanto al mundo privado como al estatal?

    Porque no basta con tener organismos fiscalizadores en el papel. La Contraloría tiene, por mandato constitucional, la responsabilidad de velar por la legalidad de los actos administrativos.

    Pero si esa tarea queda en manos de autoridades cuya independencia ha sido cuestionada, o que arrastran conflictos no resueltos, ¿qué garantías tiene el ciudadano común? ¿Qué confianza puede depositar la ciudadanía en que esta vez sí habrá consecuencias reales?

    El discurso de austeridad y probidad se derrumba frente a casos como este. Se hace polvo.
    Mientras miles de chilenos hacen fila en hospitales colapsados esperando atención digna, otros que se llaman a sí mismos servidores públicos se las arreglan, y se escudan en licencias falsas, para cobrar sin trabajar.

    Y lo hacen amparados por un sistema que, en teoría, existe para servirnos a todos... pero que, en la práctica, hace vista gorda y protege de manera corporativa a los que trabajan para el Estado.

    Lo más indignante de todo esto es que no se trata de hechos aislados. Lo de las licencias truchas es solo un síntoma de algo mucho más profundo: el aparato estatal chileno lleva años engordando sin control, llenándose de personal contratado a dedo, de operadores políticos con sueldos millonarios, de cargos duplicados y funciones que nadie fiscaliza.

    Mientras tanto, desde el Congreso y La Moneda, muchos políticos, en especial desde la izquierda, siguen presionando por nuevas reformas tributarias con el mismo argumento de siempre: que el Estado necesita más recursos para cumplir su función social.

    ¿Pero más recursos para qué?
    ¿Para seguir alimentando un sistema que premia al más pillo, al más conectado, al más servil al partido de turno?
    ¿Para seguir pagando licencias falsas, contratos inflados y asesorías que nadie lee?

    Es fácil hablar de justicia tributaria desde una tarima o en una entrevista radial.
    Lo difícil es tener el coraje de mirar hacia adentro, de limpiar primero la casa propia.

    Porque mientras suben los impuestos a la clase media, a los emprendedores, a los que realmente mueven este país, no se toca ni con el pétalo de una flor a los verdaderos intocables del sistema: los que se esconden detrás de escritorios públicos, blindados por la burocracia, las redes partidarias y el miedo a decir las cosas por su nombre.

    El problema no es la falta de dinero. Es la forma en que se lo roban. Con elegancia, con papeles firmados, con sellos institucionales… y a plena luz del día.

    La verdadera riqueza de los países desarrollados no está bajo tierra ni en bóvedas de bancos: está en su gente. En su capital humano. Es decir, en la calidad de su educación, en el compromiso con la legalidad, en el respeto al otro, y en una escala de valores que privilegia el mérito, el esfuerzo y el trabajo honesto por sobre el oportunismo.

    En esas naciones que admiramos por su orden, su bienestar o su eficiencia, la trampa no es motivo de orgullo, sino de vergüenza. Allá, el que defrauda al sistema es sancionado. Aquí, muchas veces, es premiado con un nuevo cargo o una jubilación anticipada.

    Y entonces cabe preguntarse: ¿qué clase de país queremos ser?

    Porque mientras no cambiemos esa mentalidad, la cultura de la pillería celebrada, del “pasarse de listo”, del “total, nadie se da cuenta”, seguiremos cavando el hoyo desde dentro.
    La trampa generalizada no es astucia popular, es un suicidio nacional.

    ¿Queremos realmente avanzar hacia el desarrollo? Entonces no basta con reformas tributarias ni con discursos de igualdad. Hace falta una transformación más profunda: una revolución ética. Una que empiece por reconocer que sin responsabilidad individual no hay progreso colectivo.

    Chile no saldrá adelante mientras se siga tolerando (o incluso justificando) que miles de funcionarios cobren por no trabajar, mientras millones de compatriotas hacen fila para conseguir una atención médica digna.
    No lo hará mientras al que cumple se le llama tonto, y al que abusa se le aplaude por vivo.

    No hay riqueza sostenible sin valores compartidos.
    Y no hay futuro si el mérito es desplazado por la trampa.

    La llegada de Dorothy Pérez a la Contraloría podría marcar un punto de inflexión en la forma en que el Estado fiscaliza y protege los recursos públicos. No porque su sola presencia baste, sino porque, por primera vez en mucho tiempo, existe la posibilidad de empezar a revertir una cultura de impunidad que ha corroído al aparato público desde adentro.

    Pero esa posibilidad solo se concretará si se le permite ejercer su cargo con plena independencia. Si la clase política no cae, una vez más, en la tentación de blindar a los suyos. Si no vemos la ya clásica defensa corporativa de lo indefendible, que tanto daño ha hecho a la credibilidad de nuestras instituciones.

Porque esta no puede ser solo otra página en la larga historia del “todo cambia para que nada cambie”.

    La ciudadanía exige respuestas, sí. Pero sobre todo exige acciones concretas y visibles. Exige fiscalización real, sanciones efectivas, transparencia sin maquillaje.
    Y para eso no basta con nombrar autoridades: lo urgente es que esas autoridades cumplan su función con firmeza, sin cálculo político, y con la convicción profunda de que el dinero de todos los chilenos no puede seguir desapareciendo entre papeles firmados con liviandad y funcionarios que hace rato olvidaron para quién trabajan.

    Quizás aún estamos a tiempo.

    Saludos.

Tres días en Buenos Aires: un reencuentro con la nostalgia..


    Estuve apenas tres días en Buenos Aires. Y no me arrepiento, ni por un instante. Más bien, me siento reconciliado con una deuda antigua. Argentina siempre estuvo en mi ruta: conocí los vinos y la luz de Mendoza, los lagos intensos de Bariloche, las sierras amables de Córdoba, el tránsito por tierra hacia el Uruguay. Pero me faltaba ella, su capital: Buenos Aires. No una ciudad más, sino un mito.

    Apenas llegué, en medio del tránsito apurado de un día cualquiera, me vi de pronto frente al obelisco. Así, sin anuncio, como si la ciudad no esperara menos que sorprenderme. El monumento (afilado, blanco, silencioso) se alza como una aguja clavada en el pecho de la ciudad, justo donde se cruzan las avenidas 9 de Julio y Corrientes. El vértice exacto donde todo vibra.

    Corrientes, con su aire de teatro y de tango, se enciende cuando cae la noche. Es un pequeño Broadway del sur, donde el bullicio se mezcla con el aroma del café y la promesa de una función. Allí entendí que Buenos Aires no duerme: se transforma.

    Hay algo europeo en su traza. Las anchas avenidas, los parques majestuosos, los edificios que dialogan entre la arquitectura francesa, la italiana y la criolla. El Libertador, flanqueado por monumentos y árboles que susurran historias, me recordó el París de los libros. Y, sin embargo, hay algo profundamente latinoamericano en cada esquina: una melancolía dulce, una elegancia sin ostentación, una herida abierta que se convierte en arte.

    Caminé entre las calles peatonales Florida y Lavalle. En ese cruce, el alma comercial y el pulso popular de la ciudad se hacen uno. Música callejera, librerías añejas, oficinas, turistas y locales: todo en una coreografía involuntaria, pero perfectamente ensamblada.

    Por la mañana, cumplí un ritual inevitable: la Plaza de Mayo. Frente a la Casa Rosada, me detuve a pensar en la historia convulsa de un país que ha sabido resistir y reinventarse. Entré a la catedral para rendir homenaje al General San Martín. Allí, bajo la penumbra y el mármol, descansan los sueños de una América libre.

    La tarde me llevó al barrio de La Boca. Caminito, con sus casas de chapa pintadas de colores imposibles, es una postal que sigue viva. Turística, sí, pero auténtica en su espíritu. Allí el tango no se escucha: se respira. Se desliza por las paredes, por los balcones y las miradas de los que bailan sin pedir permiso.

    El almuerzo fue en Puerto Madero. Las antiguas construcciones portuarias de ladrillo han sido transformadas en un paseo moderno de parrillas, trattorias y terrazas al borde del agua. Hay algo magnético en ese contraste: la historia industrial se funde con el presente cosmopolita. Me senté al sol, frente al río, a saborear un corte de carne que parecía hecho para reconciliar al cuerpo con la vida.

    Por la noche asistí a un espectáculo de tango. Y fue mucho más que eso: fue una lección de bandoneón, una zambullida en la voz de Gardel, un viaje al universo desgarrado de Piazzolla. Fue  un encuentro con lo más profundo del alma porteña. Hay en el tango un dolor que no pide lástima, una pasión que no busca público. Es íntimo y universal. Como Buenos Aires.

    A la tarde siguiente navegué el delta del Tigre. Subimos a un pequeño barco que se abrió paso entre riachuelos y casas sobre pilotes, como si el tiempo allí transcurriera de otro modo. El sol me acompañó en esa aventura fluvial, y al mirar el cielo abierto sobre el delta, sentí que era una despedida perfecta.

    Al otro día, el vuelo de regreso. Partí con la maleta liviana, pero con el corazón rebosante. Tres días en Buenos Aires bastaron para dejar una huella indeleble. No fue solo un viaje: fue un descubrimiento. O quizás, como suele pasar con los grandes destinos, una parte de mí que volvía a casa sin saber que ya había estado ahí.


    Saludos.

miércoles, 28 de mayo de 2025

Las fundaciones del escándalo: historia de una red política y millonaria...

    ¿Sabías que uno de los mayores escándalos políticos del Chile reciente no estalló por grandes sumas en bancos suizos ni por tramas internacionales, sino por simples fundaciones que, en teoría, debían ayudar a los más vulnerables?

    ¿Cómo llegamos a esto? ¿Qué responsabilidad tiene el Gobierno? ¿Y cuánto sabía el Presidente Boric de lo que ocurría bajo sus narices?

    Lo que empezó con una transferencia irregular en Antofagasta encendió una mecha que hoy alcanza a ministros, subsecretarios, seremis y dirigentes del Frente Amplio. Y que, además, pone contra las cuerdas a La Moneda. Fundaciones como Democracia Viva, Procultura y otras pasaron de operar en la sombra a convertirse en sinónimo de corrupción. Todo esto mientras el discurso oficial hablaba de probidad, transparencia y una “nueva forma de hacer política”.

    Este escándalo no solo revela un posible entramado de favores, tráfico de influencias y uso político de recursos públicos: también golpea la legitimidad moral del Gobierno y siembra una pregunta de fondo:
    ¿Es este el verdadero rostro del progresismo chileno cuando llega al poder?

    Lo que comenzó como un caso aislado (según lo dicho por La Moneda) terminó revelando una maquinaria de convenios truchos, amigos bien conectados y fundaciones con más ambición que experiencia. Una estructura que no solo afectó al gobierno de turno, sino que fracturó algo mucho más profundo: la confianza ciudadana en la política.

    Todo comenzó como una grieta. Una pequeña fisura en el relato de superioridad moral con que muchos sectores del oficialismo llegaron a La Moneda. Y fue precisamente en el norte, en Antofagasta, donde Democracia Viva se transformó en el punto de partida de un terremoto institucional que aún no cesa.

    Corría junio de 2023 cuando se supo que esta fundación, vinculada directamente a militantes de Revolución Democrática, había recibido millonarios convenios desde la Seremi de Vivienda de Antofagasta. La relación entre el entonces seremi Carlos Contreras y Daniel Andrade, representante legal de la fundación y pareja de la diputada RD Catalina Pérez, encendió las alarmas. Lo que debía ser una política pública enfocada en apoyar a los más vulnerables terminó siendo un negocio cerrado entre amigos… y con fondos públicos.

    La indignación fue inmediata, pero lo peor estaba por venir.

   Pocas semanas después, la ex candidata a alcaldesa de Concepción, Camila Polizzi, irrumpió como protagonista del segundo gran capítulo de esta teleserie nacional. Con una mezcla de desfachatez y amateurismo, Polizzi creó una fundación de papel, sin experiencia previa, que logró captar más de 200 millones de pesos para ejecutar proyectos sociales.
   ¿El resultado? Boletas truchas, gastos sin respaldo, compras en tiendas de ropa interior y hasta muebles. Lo grotesco alcanzó niveles de caricatura.

    ¿Y el control del Estado? Bien, gracias.

   Cuando se pensaba que el escándalo no podía escalar más, apareció la tercera joya de la corona: la Fundación Procultura. Esta vez con una fachada más sofisticada y vínculos transversales en el mundo político y cultural. Dirigida por el psiquiatra Alberto Larraín, la entidad había venido operando durante años con un barniz de legitimidad. Pero las investigaciones revelaron que también se vio involucrada en convenios irregulares, triangulación de fondos y una gestión absolutamente opaca de los recursos.
    Lo que parecía un modelo de integración comunitaria terminó siendo una red de contactos, influencias y aprovechamiento.

    Aunque no alcanzaron el nivel mediático de los tres casos principales, otros escándalos también merecen mención:

  • Urbanismo Social, con vínculos a Revolución Democrática, recibió más de $577 millones en el Maule desde la Seremi de Vivienda.

  • Comprometidos, una fundación sin experiencia en servicios sanitarios, obtuvo $190 millones para llevar agua potable a campamentos de Copiapó… cobrando luego a las familias beneficiadas.

  • Fundación de Capacitación y Formación Laboral Fundación Educacional y de Capacitación, protagonistas del llamado “Caso Manicure” en La Araucanía, donde se habrían asignado $730 millones para talleres que nunca se realizaron, involucrando incluso al ahora desaforado diputado republicano Mauricio Ojeda.

    A todas luces, la corrupción atraviesa todo el espectro político.

  Estos episodios, aunque menos difundidos, sostienen la tesis de que el modelo de los convenios directos se transformó en una forma de operar, más que en una excepción.

  La consecuencia de todo esto es más que evidente: una ciudadanía harta, escéptica y con una fe cada vez más débil en la honestidad de sus autoridades.
   El relato de una política nueva, ética y ciudadana se ha visto desdibujado por una práctica que, lejos de erradicarse, se disfrazó con nuevos colores y discursos. La Moneda promete investigaciones, sanciones y auditorías, pero la sensación dominante es que se reacciona tarde y solo cuando la prensa expone los hechos. En la calle, el juicio ya está hecho: todos roban.

    ¿Y qué sigue? ¿Una comisión, un cambio legal, una disculpa pública, caiga quien caiga?

    Puede que sí. Pero lo que no volverá tan fácil es la confianza. Porque cuando hasta las fundaciones creadas para ayudar se convierten en herramientas de lucro y poder, el daño no es solo fiscal.

    Es moral. Y es profundo.

   Cuando Gabriel Boric asumió la presidencia en marzo de 2022, no solo llegaba al poder un nuevo gobierno, sino una generación entera que prometía hacer las cosas distinto. Jóvenes, universitarios, activistas, exdirigentes estudiantiles. Una camada que hablaba de feminismo, sustentabilidad, transparencia y horizontalidad como si fuera el nuevo evangelio de la política chilena.

    ¿Y qué nos entregaron?

  Fundaciones fantasmas, convenios sin licitación, conflictos de interés, familiares contratados, operadores con mochilas llenas de favores y boletas sin respaldo.
   Lo que parecía un recambio generacional terminó por revelarse como una continuación mejor comunicada del viejo clientelismo político. Pero con filtro de Instagram y estética de marcha.

   Y aquí es donde la decepción se vuelve más profunda. Porque cuando los que decían representar “la nueva política” caen en las mismas —o peores— prácticas que criticaron con tanta fuerza, el daño es doble: se erosiona la credibilidad de lo público y se disuelve cualquier esperanza de cambio real.

    Si este es el estándar ético de los que venían a “refundarlo todo”, uno no puede evitar preguntarse:
  ¿Qué nos espera cuando esta generación tenga aún más poder, más recursos y menos cámaras encima?
  ¿Estamos frente a una degeneración temprana del poder?
  ¿O simplemente esta fue la máscara del mismo rostro de siempre?

   Al parecer, la verdadera transformación no llegó con el recambio de rostros, sino con una lección amarga: la juventud no garantiza virtud. La ética no se presume por edad, por carrera universitaria o por bandera.

   Hoy los casos se acumulan, las investigaciones avanzan a paso lento, y desde el gobierno se insiste en que esto no define al proyecto.
  Pero lo cierto es que sí define cómo se ha gestionado el poder, tal vez durante años. Y la historia lo va a registrar con tinta indeleble.

   La ciudadanía, por su parte, ya sacó sus conclusiones.
    Y en un país donde la desconfianza crece, quizás lo más peligroso no sea el dinero perdido, sino la fe quebrada. Porque si ni siquiera los jóvenes que venían a cambiarlo todo hacen las cosas como se debe, entonces la pregunta ya no es qué esperar de ellos, sino qué nos queda a nosotros.

    Pero además, al final del día, no olvidemos que es fácil culpar a los políticos. Señalarlos con el dedo, llamarlos corruptos, reírnos de sus escándalos mientras pasamos al siguiente meme.

    Pero detengámonos un segundo:
    ¿Quién los puso ahí?
    ¿Quién les dio el poder?
  ¿Quién creyó en los discursos vacíos, en las promesas emotivas, en la pose rebelde y bien peinada?

    La respuesta es incómoda: nosotros.

  Porque en Chile muchas veces votamos con las hormonas. Nos enamoramos del relato, del discurso joven, de la épica universitaria. Creímos que tener menos canas era tener más principios. Y así, confundimos carisma con carácter, y militancia con moral.

    Si queremos que la política cambie, no basta con exigir ética desde el sillón. Hay que votar con más cabeza y menos corazón. Con más memoria y menos emoción.

   Porque si seguimos eligiendo con las tripas, después no nos quejemos cuando nos roban con las manos.


    Saludos. 

sábado, 17 de mayo de 2025

Por unas Humanidades que nos devuelvan el alma



    Ya he descrito cómo el mundo del siglo XXI parece haber perdido la brújula al insistir en el desarrollo de una sociedad carente de valores que humanicen la existencia. La educación de hoy, en muchos casos, se limita a formar especialistas eficaces en sus áreas, pero sin una visión global del ser humano y su lugar en el universo. No estoy solo en esta observación: cada vez más pensadores sostienen que estamos al borde de una asfixia intelectual, arriesgándonos a perder aquellos valores que nos distinguen de las demás criaturas del planeta.

    La vida se deshumaniza rápidamente y ni siquiera lo notamos.

    Por esta razón, decidí ahondar en aquello que llamamos "Humanidades". Y descubrí que no son simplemente un conjunto de disciplinas académicas, sino una manifestación esencial de lo que somos: seres racionales y libres, capaces de pensar, crear, interpretar y trascender. Las "Humanidades" se ocupan de las creaciones del espíritu humano, de aquello que nos ha permitido construir civilizaciones, preguntarnos por el sentido de la vida, registrar nuestras experiencias y expresar nuestras emociones más profundas.

    A diferencia de las ciencias que buscan explicar el mundo natural, las "Humanidades" buscan comprender la experiencia humana. Nos hablan de nuestros orígenes, de nuestras pasiones, de nuestras ideas y de nuestras aspiraciones.

    Tradicionalmente, se consideran Humanidades las siguientes disciplinas:

  • Historia, que reconstruye e interpreta el pasado para entender nuestro presente. No estudia meramente fechas o hechos, sino la evolución de las ideas, instituciones y culturas que han dado forma a la humanidad.

  • Filosofía, que reflexiona sobre los grandes interrogantes de la existencia: ¿qué es el bien?, ¿qué es la verdad?, ¿cuál es el sentido de la vida? Es el ejercicio por excelencia del pensamiento racional y crítico.

  • Literatura, que nos permite acceder a la interioridad del ser humano a través de la palabra escrita. Cada poema, cada novela, cada tragedia es una ventana abierta al alma de una época o de un individuo.

  • Arte, en todas sus expresiones (pintura, escultura, música, cine, arquitectura), comunica verdades profundas que no siempre se pueden expresar con palabras. El arte es testimonio, emoción y símbolo.

  • Religión, que aborda el misterio último de la existencia y ha sido, históricamente, fuente de pensamiento, consuelo, inspiración y conflicto. En su dimensión cultural y espiritual, ha moldeado civilizaciones enteras.

  • Lingüística y Filología, que exploran el lenguaje, ese instrumento privilegiado con el que los seres humanos construyen y comunican el pensamiento. Entender el lenguaje es comprender cómo se forma y transmite la cultura.

    Estas disciplinas se llaman "Humanidades" porque se ocupan de lo que nos hace humanos: la razón, la libertad, la imaginación, la capacidad de dudar, crear, recordar y soñar. Forman individuos críticos, empáticos y reflexivos. Nos enseñan a mirar el mundo con profundidad, a buscar sentido, a dialogar con el pasado y con el otro.

    Reivindicar las Humanidades es, por tanto, una forma de resistir la deshumanización de nuestra época. Significa volver a pensar el conocimiento como una totalidad, no como un conjunto de compartimentos estancos. Y sobre todo, significa darle al ser humano, racional, libre, y en búsqueda constante de sentido, el lugar central que merece.

    Saludos.

jueves, 8 de mayo de 2025

¿Tiene el Partido Comunista un compromiso real con la democracia?

    Muy buenas tardes. Hace pocos días, la candidata presidencial del Partido Comunista chileno, Jeannette Jara, y el presidente del mismo partido, Lautaro Carmona, afirmaron que el régimen cubano es una "democracia distinta o más avanzada". Esta frase, lejos de ser una simple opinión, plantea un dilema profundo y al que hay que darle la importancia que merece en realidad: ¿Tiene el comunismo chileno un compromiso honesto con la democracia o la utiliza solo como un vehículo estratégico para alcanzar un modelo totalitario? ¿Puede considerarse democrático un partido que justifica regímenes donde no existen elecciones libres, libertad de prensa ni separación de poderes? Las declaraciones de Jara y Carmona no son inocentes: reflejan una visión ideológica que relativiza principios esenciales de cualquier democracia auténtica.

    Las afirmaciones de estos personeros no fueron improvisadas. Una se dio en una entrevista donde se le preguntó directamente a la candidata por su opinión sobre Cuba. La otra se dio en un programa radial. La calificación del régimen cubano como "democracia distinta o más avanzada" generó críticas inmediatas. Muchos se preguntan: ¿Es admisible relativizar los principios democráticos en nombre de una ideología? El PC chileno tiene una historia compleja. Fue perseguido durante años, proscrito en varias ocasiones, y también tuvo momentos de integración institucional. Sin embargo, también ha sostenido admiración por regímenes como Cuba o Corea del Norte. ¿Puede un partido declararse democrático si respalda sistemas de partido único sin elecciones libres ni libertad de prensa?

    Aquí se encuentra la clave del debate. Para el comunismo clásico, desde Marx hasta los regímenes del siglo XX, la llamada "democracia burguesa" no es más que una fachada, una herramienta de la clase dominante para perpetuar su poder bajo apariencia de pluralismo. Según esta visión, las elecciones libres, la separación de poderes y la libertad de prensa no serían más que mecanismos de control ideológico al servicio del capital. Frente a esto, el comunismo propone lo que llama una "democracia popular" o "socialista", en la cual el partido comunista y único representa la voluntad histórica del pueblo. Ya no se trata de garantizar la participación de todos, sino de conducir a la sociedad hacia una meta prefijada: la revolución, la construcción del socialismo y, en teoría, una futura sociedad sin clases. 

    En la práctica, este concepto ha derivado inevitablemente en totalitarismos: partidos únicos, censura, represión, ausencia de alternancia y culto al líder. La democracia, en este contexto, deja de ser un sistema de convivencia basado en el respeto a la diversidad, para transformarse en un mecanismo de legitimación del poder absoluto de una élite que dice hablar en nombre del pueblo.

    Bajo estos supuestos, Cuba está muy lejos de ser una democracia. Hay partido único, no hay elecciones libres, ni libertad de prensa, ni separación de poderes. ¿Puede un candidato presidencial en Chile llamar a eso democracia sin poner en duda su compromiso real y honesto con nuestro sistema político? 
    En este marco, la contradicción del Partido Comunista chileno es evidente: participa activamente en el juego democrático (ocupa cargos, postula candidatos, incide en políticas públicas), pero al mismo tiempo mantiene una simpatía explícita por regímenes donde ese mismo juego está prohibido. Esta dualidad no es casual: forma parte de una estrategia histórica del comunismo para utilizar las instituciones democráticas mientras resultan útiles, pero sin asumir un compromiso genuino con sus principios fundamentales.
    ¿Por qué el PC no sincera su postura? Porque decir la verdad implicaría quedar inhabilitado para gobernar en un sistema democrático. El discurso del compromiso democrático es una táctica, no una convicción. Esto ha llevado a algunos sectores a plantear abiertamente si corresponde o no prohibir por ley la existencia de partidos que adhieren a ideologías totalitarias, de izquierda o de derecha.
    Chile enfrenta hoy una crisis de confianza en sus instituciones. Declaraciones como las de Jara y Carmona profundizan esa crisis. Si vamos a defender la democracia, debemos hacerlo sin dobles estándares. No hay "democracias distintas o más avanzadas que otras". Hay democracia o dictadura. Así de simple. La libertad, el pluralismo y la alternancia no son opcionales. Son esenciales en todo sistema democrático. Y los partidos políticos que aspiren a gobernar deben comprometerse con ellas sin ambigüedades.
    Y aquí surge una pregunta incómoda, pero inevitable:

    ¿Tiene la democracia el derecho, o incluso el deber,  de defenderse de quienes no creen en ella?
    La historia demuestra que muchas veces las democracias han sido socavadas desde dentro por movimientos que, una vez en el poder, destruyen las libertades que las hicieron posibles. Por eso, en muchos países existe legislación que impide la participación política de partidos que promuevan sistemas totalitarios o que violenten los derechos fundamentales.

    No se trata de limitar el pluralismo, sino de protegerlo. La democracia no puede ser tan ingenua como para abrirle las puertas a quienes quieren clausurarla desde dentro. Defenderla exige coraje, claridad moral y coherencia.

    Chile necesita un debate honesto sobre este tema. Porque no todas las ideologías son compatibles con la democracia, y no todo proyecto político es aceptable bajo el alero del pluralismo. La libertad exige límites claros frente a quienes desean abolirla. Y es responsabilidad de todos (ciudadanos, políticos y medios de comunicación) no mirar hacia otro lado cuando esos límites son cruzados.

    En resumen...no hay “democracias distintas o avanzadas”. Hay democracia con libertad de prensa, de expresión, de asociación y con elecciones libres o hay dictadura, aunque se disfrace de participación popular. Es hora de exigir claridad. Es hora de preguntarse si estamos permitiendo que se infiltre en nuestra convivencia democrática un proyecto totalitario. Y es hora, también, de preguntarnos con seriedad si debe permitirse la participación en nuestro sistema democrático de partidos que, en los hechos, no creen en la democracia.

    ¿Qué opinas tú? ¿Puede un partido que admira dictaduras de izquierda ser considerado democrático?

    Saludos.