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sábado, 16 de noviembre de 2024

Un fascinante viaje por China: Explorando un gigante milenario

 Todos sienten curiosidad por el Oriente. La idea de recorrer un territorio con siglos de historia y cultura incomparables atrae a millones. Llegué a Beijing con esa misma sensación, ansioso por sumergirme en un mundo de tradiciones milenarias y modernidad vertiginosa.

Pekín: El Corazón Histórico de China


     Mi primera parada fue la majestuosa plaza de Tian'anmen , reconocida como la más extensa del mundo. Este emblemático espacio simboliza el poder y la historia china, flanqueado por el mausoleo de Mao Zedong, donde descansa el cuerpo embalsamado del líder de la Revolución. En este lugar cargado de simbolismo, me encontré con el espíritu de un pueblo cuya historia parece latir en cada rincón.

     A la mañana siguiente, el plan era recorrer la Gran Muralla China , una estructura colosal que serpentea por las montañas y se pierde en el horizonte. Subir sus empinados escalones fue como retroceder en el tiempo. Mientras caminaba, me imaginaba a los kilómetros de trabajadores que dedicaron sus vidas a construir esta maravilla arquitectónica, diseñada para proteger al imperio de las invasiones del norte.

     Otra visita obligada fue la Ciudad Prohibida , el imponente complejo palaciego que alguna vez estuvo reservado exclusivamente para los emperadores y sus cortes. Sus amplios patios, edificios ornamentados y altos murales crean una atmósfera casi mística. Es imposible no pensar en la película El Último Emperador , que retrata la caída de esta última etapa imperial.

     Beijing también ofrece otras joyas arquitectónicas y culturales. El Palacio de Verano , con su exquisito lago y jardines, y el Templo del Cielo , un impresionante complejo religioso que simboliza la conexión entre el cielo y la tierra, son testigos del esplendor de la dinastía Ming.


Xi'an: El Legado de los Guerreros de Terracota


     En avión, llegué a Xi'an , una ciudad con una población de siete millones de habitantes, ubicada en el centro de China. Aunque es conocido como el punto de partida de la antigua Ruta de la Seda, adquirió fama mundial gracias al hallazgo de los Guerreros de Terracota , un descubrimiento fortuito realizado por un campesino en la década de 1970.

     Este ejército de figuras de tamaño real, compuesto por soldados, caballos y carros de guerra, custodia la tumba del primer emperador chino, Qin Shi Huang. Cada estatua es única, representando diferentes rangos y armas del ejército imperial. La precisión en los detalles, desde la expresión facial de los soldados hasta los pliegues de sus uniformes, es un testimonio del arte y la técnica de la antigua China. Hasta la fecha, los arqueólogos han desenterrado incluso al estado mayor de este ejército, considerada una de las mayores maravillas del mundo moderno.


Shanghái: Donde Oriente se encuentra con Occidente


     Mi siguiente destino fue Shanghái , una metrópoli vibrante y moderna que simboliza la cara más dinámica de China. Sus imponentes rascacielos rivalizan con los de Nueva York, creando un horizonte inolvidable, especialmente desde el mirador de la Perla Oriental , la icónica torre que se alza en el distrito de Pudong.

     Además de la arquitectura futurista, Shanghái cautiva con su acuario , una atracción imperdible donde se pueden observar diversas especies marinas en un recorrido que incluye un túnel submarino. La ciudad también conserva enclaves históricos, como el Bund, un paseo junto al río Huangpu que ofrece vistas espectaculares y evoca la época colonial.


Guangzhou: La Cuna del Cambio Republicano


     Desde Shanghái, viajé a Guangzhou , la capital de Cantón y una de las ciudades más grandes del sur de China, con una población que supera los diez millones de habitantes. Esta ciudad es conocida por ser la cuna del padre de la República China, Sun Yat-sen , fundador del Kuomintang. En su honor, se erigieron una estatua y un anfiteatro que hoy son escenarios de importantes actos públicos.

     La mezcla de tradición y modernidad de Guangzhou se refleja en su vibrante vida urbana y su gastronomía, famosa por platos que han conquistado paladares en todo el mundo.


Hong Kong: Donde Oriente Respira con Aire Británico


     Desde Guangzhou, abordé un aliscafo que navegó por el río de las Perlas hasta llegar a Hong Kong , una región administrativa especial que todavía conserva ciertos privilegios debido a su pasado como colonia británica.

     Uno de los momentos más memorables de mi estancia en Hong Kong fue la subida al Monte Victoria , desde donde se aprecia una de las bahías más espectaculares del mundo. Las luces de la ciudad, reflejándose en el agua, ofrecen un espectáculo único, especialmente al atardecer.


Reflexión: Una Cultura Milenaria y un Futuro Prometedor


     Viajar por China fue una experiencia transformadora. Este gigante asiático, con su rica historia, impresionante desarrollo tecnológico y tradición milenaria, deja una huella imborrable. Desde la serenidad de los templos y la majestuosidad de sus monumentos hasta el dinamismo de sus ciudades modernas, China es un país que abraza su pasado mientras avanza hacia el futuro.

     Es imposible no sentirse impresionado por el poderío de una nación que, sin duda, está destinada a ser una de las grandes potencias mundiales. El contraste entre tradición y modernidad, junto con la hospitalidad de su gente, hacen de China un destino que cualquier viajero debería experimentar al menos una vez en la vida.


Saludos.


viernes, 8 de noviembre de 2024

Poesía


“El hombre imaginario 
vive en una mansión imaginaria rodeada de árboles imaginarios a la orilla de un río imaginario.”

Nicanor Parra

Se me sale el alma del cuerpo cada vez que lo pierdo o no lo tengo ante mis ojos. Por fortuna, eso no ocurre muy seguido, pues lo cuido como si fuera un tesoro.

Toco el cielo con cada una de sus páginas. Repito sus versos en voz alta casi todos los días, a cualquier hora y en cualquier lugar. A veces lo hago delante de la gente, y no me importa que miren o me crean loco. No puedo dejar de leerlo, aunque lo intenté en muchas ocasiones. Pero necesito este libro como si fuera el aire que respiro.

Lo llevo a todos lados bajo el brazo y no necesito más para estar en paz. Es por eso que, cuando no lo tengo a mi lado, lo busco y lo encuentro enseguida. Entonces, palpo su cubierta y sus hojas, ya un tanto amarillentas por el paso de los años. Después, releo sus poemas una y otra vez, y sin querer, nuevas sensaciones me invaden. Una misma palabra o un mismo verso cobra un significado diferente en cada lectura.

Debe ser ese “algo” que tiene la poesía. Es curioso que esto me ocurra solo con este libro y no sé por qué es tan imperioso tenerlo entre mis manos, sentir su olor y la textura del papel. A veces me asusto y quiero pensar que es solo un libro. Podría comprar otro o leer otros versos; sin embargo, solo en sus poemas encuentro calma.

Son las nueve, y el metro está repleto. Casi todos están de pie y algunos se miran las caras. Otros, ensimismados, miran al piso. Nadie sonríe. Es la misma tristeza y ansiedad de todas las mañanas. Por suerte, encuentro un asiento junto a la ventana y corro para que nadie me lo quite. A mi lado está una mujer de pelo negro con un niño en brazos.

El tren pasa por un túnel y aún falta para la próxima estación. Decidí abrir mi libro en la página cuarenta y aprovechar el tiempo antes de llegar a la oficina. A mi alrededor, algunos se dan cuenta de que leo poemas. Unos me miran raro; otros, con indiferencia. No faltan los que expresan con el rostro su desprecio. Me da risa. A veces recito en voz alta solo para incomodarlos. Me gusta ser parte del club de los incomprendidos.

El niño coloca sus manos sobre el libro y comienza a jugar mientras sonríe. Su madre intenta sujetarlo y le dice que se quede quieto, luego me pide perdón con un gesto. Al parecer, la mujer también lee el libro por encima de mi hombro. No me molesta; al contrario, me hace sentir bien. Noto que sus ojos se iluminan. Ya no es fácil encontrar gente que sienta la poesía. ¿Por qué nadie se da cuenta de lo importante que es un verso en nuestras vidas?

— ¿Quién es el autor de esos poemas? —pregunta la mujer.

—No importa quién los haya escrito —respondo—, sino qué sientes al leerlos.

Es una mujer de piel morena y baja estatura. Usa el pelo corto y crespo como una enredadera. Es poco agraciada, pero hay algo especial en su sonrisa. Su hijo también tiene el pelo oscuro y los ojos pardos. No tiene más de dos años y ha heredado la misma sonrisa de su madre. Apenas he cruzado palabras con ellos, pero me caen bien. La gente se amontona en el vagón, pero solo ellos me interesan. Me doy cuenta de que ella quiere tomar el libro, y no dudo en entregárselo. Aquella sonrisa me inspira una confianza que rara vez siento.

Empieza a hojearlo desde la primera página, tal y como deben leerse todos los libros. Pienso que sabe algo de poesía; quizás no soy el único poeta en el mundo. El tren se detiene y ella me devuelve el libro apresuradamente. Luego toma a su hijo y se levanta. No alcanzo a decirle nada, y ella se despide moviendo los dedos de su mano derecha justo cuando se ilumina la estación. Corre hacia la puerta y baja sin mirar atrás. Me gustaría volver a verla y prestarle un libro de poesía.

La gente entra y sale como hormigas. No pasa un minuto, las puertas vuelven a cerrarse y el tren reanuda su marcha. La mujer y el niño ya no están, y siento un vacío aunque otro ocupe su lugar. Es un hombre de aspecto común, con barriga y canas. Ambos nos miramos. Me doy cuenta de que es de esas personas indiferentes a la poesía. Lee la tapa del libro y aparta la mirada. Supongo que no le interesa; cabizbajo, se queda mirando al suelo. No le presto más atención. Me doy cuenta de que estoy solo. Yo y mi libro, lo único importante.

Debo bajar y no podré leer hasta la tarde. Guardo el libro con tristeza en mi bolsillo. - ¿Y si yo decidiera ser poeta? -, me pregunto. No me queda más que despertar al hombre de un codazo para llegar a la puerta. Él recoge sus piernas para dejarme pasar, pero se mueve de mala gana y me dedica un garabato en voz baja.

Todos se amontonan. Son autómatas. Apenas se abren las puertas, bajan a empujones y corren en todas direcciones. Me irritan las multitudes, pero caigo en el juego. Me dirijo a la escalera mecánica, usando a la gente como camuflaje, sin saber de qué me escondo. - ¡No quiero vivir así, no quiero ser como ellos! -. Pienso mientras subo observándolos como máquinas.

Unos metros bastan para salir de la muchedumbre. Respiro hondo y la tranquilidad vuelve. Me voy a un rincón para estar solo. Aún tengo unos minutos y, con un pañuelo, seco mi transpiración. No quiero salir a la calle todavía y recorro la estación a paso lento. A propósito, me detengo en las pastelerías para matar el tiempo. También en el local de libros usados, buscando otra copia de mi libro. Durante años hice lo mismo y nunca encontré otro ejemplar. Tampoco lo he visto en manos de alguien más.

No hay poetas entre la gente. Solo quienes corren a sus trabajos con rostros sombríos, huyendo de algo que los devora. No sonríen. - ¿Serán los poetas quienes están llamados a eliminar tristezas? - me pregunto, sin respuesta.

Salgo a la calle y el sol golpea mi rostro. Es un día de primavera y pronto hará calor. El ruido de los micros es ensordecedor. El comercio abre sus puertas y yo corro como el resto. - ¿Cuándo dejaré de correr? -. Esta no es la vida de un poeta. Necesito encontrar a alguien como yo para no volverme loco. Quiero cambiar la rutina de mi existencia. ¡Sentirme y ser poeta, esa es mi misión! Pero uno de verdad, como lo fueron Huidobro, Neruda y la Mistral. Anhelo el silencio para escribir.

A unos metros veo a un grupo de gente y me acerco. Entre ellos, un hombre lee la Biblia en voz alta, con convicción y valentía, y noto la seguridad en su discurso. No es un poeta, al menos no como los que busco, pero es lo más parecido a uno que he visto esta mañana. No teme al ridículo y logra captar la atención. Algunos lo miran como a un loco, otros pasan de largo, pero también hay quienes lo escuchan con interés.

Me quedo unos minutos y siento algo distinto en mi interior. Luego me alejo, pero la imagen del hombre sigue persiguiéndome. Un impulso irresistible me hace detenerme en medio de la peatonal. Abro mi libro y comienzo a recitar en voz cada vez más alta. La gente se aglomera a mi alrededor con sus rostros incrédulos, pero me siento libre como nunca antes. Esta es la poesía que  busco.

La gente me aplaude y eso me halaga. Me piden que siga recitando y nada me da más placer. Me emociono ver que a otros también les gusta. No me interesa nada más. Recién ahora comprendo lo que es la poesía: el todo o nada. Con cada línea, con cada rima, me siento más poeta. Soy feliz, y eso es lo único que importa.

Saludos.


miércoles, 6 de noviembre de 2024

El Helenismo: La transición que unió a Grecia y Roma en una Cultura Universal


    En general, la historia nos dice que nuestra manera de percibir el mundo es hija de la cultura grecorromana. También señala que Roma es hija de Grecia. Esto suena como si Grecia y Roma fueran casi lo mismo; sin embargo, es importante dejar claro que no es así.

     Griegos y romanos constituyeron civilizaciones que se desarrollaron en épocas, territorios y circunstancias diferentes. Tampoco hablaban el mismo idioma; de hecho, Grecia fue conquistada militarmente por Roma.

     Así planteado, surge la pregunta evidente: ¿Qué tienen en común estos dos pueblos para que hoy podamos afirmar con seguridad que somos hijos de la cultura grecorromana? La respuesta está en el Helenismo.

     Podríamos definir el Helenismo como un período histórico de transición entre el declive de la Grecia clásica y el ascenso del poder romano.

La Conquista de Alejandro y la Expansión del Helenismo:

     Las conquistas de Alejandro Magno tuvieron un impacto significativo en las formas de vida de casi todo el mundo conocido. Las fronteras de la "Hélade" se extendieron, y muchos griegos emigraron a Egipto y Oriente para colaborar en la administración de estos vastos territorios conquistados. Con ellos llevaron sus costumbres y su cultura.

     Luego de la muerte de Alejandro, sus sucesores fundaron tres grandes dinastías: la ptolemaica, la seleúcida y la antigónida. Los gobernantes de estas dinastías supieron conservar y fomentar el espíritu griego en las artes y las ciencias. Tanto es así que las nuevas ciudades de Oriente adoptan patrones griegos, y en todas ellas encontramos ágoras, teatros y gimnasios. El griego se convirtió en la lengua franca, el idioma común de gentes diversas, independientemente de su origen. Por otro lado, la producción cultural y científica de la élite intelectual de la época fue escrita en griego, lo que significó que la transmisión y conservación del conocimiento pasó de ser oral a escrita: reemplazamos la palabra por el libro.

Los Primeros Contactos entre Griegos y Romanos:

     Las relaciones entre griegos y romanos comenzaron con la Magna Grecia, ya que en el sur de Italia existían comunidades griegas con un importante desarrollo cultural y artístico, especialmente en la ciudad de Siracusa, en Sicilia. Su influencia se dejó sentir con fuerza sobre Roma, ya organizada como comunidad, en casi todos los campos. Veamos algunas de estas áreas de influencia concreta:

  1. Arquitectura y Urbanismo : Los romanos tomaron de los griegos el uso de elementos arquitectónicos como las columnas dóricas, jónicas y corintias, adaptándolos para sus propios edificios públicos y templos. Ejemplo de ello es el Panteón de Roma, que adopta el estilo de templo griego pero lo transforma con su famosa cúpula, reflejando así la combinación de herencias arquitectónicas.

  2. Literatura y Filosofía : La literatura latina fue profundamente influenciada por la griega, desde los temas hasta los géneros. Los romanos adoptan el formato épico y lírico griego, adaptándolo a su cultura. En filosofía, nombres romanos como Cicerón y Séneca integraron las enseñanzas de Sócrates, Platón y Aristóteles, convirtiendo a Roma en un epicentro de pensamiento filosófico helenístico. La obra de Virgilio, la Eneida , es un claro homenaje a las epopeyas griegas como la Ilíada y la Odisea , pero adaptada a la gloria de Roma.

  3. Religión y Mitología : Los romanos adaptaron el panteón griego, renombrando y reinterpretando a los dioses griegos. Así, Zeus se convirtió en Júpiter, Afrodita en Venus y Ares en Marte, adaptando estas deidades a la mentalidad y valores romanos, pero conservando sus características y mitos esenciales.

  4. Ciencia y Medicina : Los conocimientos griegos en ciencia y medicina se convirtieron en la base de los avances romanos en estos campos. El médico griego Galeno fue una de las figuras más importantes de la medicina en Roma, y ​​sus estudios continuaron siendo fundamentales durante siglos. Las técnicas de observación y práctica de medicina desarrolladas en el mundo helenístico fueron adoptadas y adaptadas por los romanos en la práctica médica y quirúrgica.

  5. Educación y Retórica : La educación romana se basaba en la enseñanza de la retórica y el conocimiento griego. Los jóvenes romanos de las clases altas estudiaban con maestros griegos, quienes enseñaban lógica, oratoria y filosofía. La retórica griega formó a los futuros líderes y políticos romanos, como lo demuestra la obra y el estilo de Cicerón.

  6. Arte y Escultura : Los artistas romanos admiraban las obras griegas y en muchos casos importaron esculturas directamente de Grecia. Con el tiempo, los romanos comenzaron a producir sus propias estatuas, inspiradas en el realismo y proporciones ideales de la escultura griega clásica. La representación del cuerpo humano con detalle y perfección, tan típica de los griegos, se convirtió en un modelo para el arte romano.

La Expansión de Roma y el Helenismo como Base Cultural:

     El término "griego" pierde relevancia, ya que sus elementos pasan a formar parte de una civilización superior que era necesario adoptar sin preocuparse de su origen o de quienes la introdujeron en territorio latino.

     No fue hasta el siglo III a. C. cuando los romanos cruzaron el Adriático y con la destrucción de Corinto en el 145 a. C., Grecia sucumbió definitivamente al poder romano.

La Consolidación de la Cultura Grecorromana:

     Gracias a la adopción romana de la cultura griega, nace la civilización occidental, y conservamos hasta hoy su esquema básico de formas e ideas. Roma valoró y preservó la cultura griega, colaborando activamente en su propagación a pesar de mantenerla bajo su dominio.

     Grecia ha llegado hasta nosotros a través de Roma, ya que, con la creación del Imperio, impuso una forma de vida que integraba elementos de ambas culturas. Sin embargo, bajo la dirección de las ideas griegas, Roma supo dar forma a una civilización que tenía en el latín la lengua del poder y en el griego la de la cultura.

     Saludos.

domingo, 13 de octubre de 2024

Reflexión sobre la necesidad de comprensión de nuestro mundo

La civilización en constante evolución: origen, desarrollo y futuro:
     Vivimos en una vorágine. No tenemos tiempo, y nuestra existencia se ha vuelto cada vez más competitiva. Nos levantamos temprano y salimos a buscar dinero, posición y poder en una sociedad que, paradójicamente, parece haber perdido el sentido de pertenencia y la noción de sus orígenes. El hombre moderno desconoce de dónde provienen las instituciones que lo gobiernan, ignora los fundamentos de la cultura dentro de la cual está inserto, e incluso no es consciente de que es parte de una cultura determinada. La vida se ha reducido a la satisfacción de necesidades inmediatas, mientras que la educación, cada vez más pragmática, solo forma para el éxito en un mundo globalizado donde el poder del dinero lo gobierna todo.
     La especialización ha invadido todos los ámbitos del quehacer humano. Ya no hay tiempo para tener una comprensión clara y global de los tiempos en que vivimos, ni para adquirir un entendimiento profundo de las ciencias o leyes que gobiernan nuestras propias profesiones. El mundo avanza a una velocidad vertiginosa, y el conocimiento, fragmentado y disperso, nos deja incapaces de comprender sus causas y antecedentes.
     Mi postura ante este fenómeno es que, más que evolucionar, si no logramos manejar el hilo lógico de los acontecimientos históricos y los principios que han dado forma a nuestra civilización, estamos en peligro de entrar en un proceso de involución. Se perderán de vista las razones primarias y los principios fundamentales que, a pesar de todo el desarrollo científico y tecnológico, han permitido al ser humano alcanzar el grado de civilización que disfrutamos hoy. Las ciencias, cada vez más autónomas y especializadas, parecen alejarse unas de otras, como si no existiera relación entre ellas.
     Sin embargo, afortunadamente, las élites científicas e intelectuales han comenzado a comprender la necesidad de una actitud diferente. Si retrocedemos hasta los orígenes del universo, veremos que la física se conecta con la historia, que esta se relaciona con la biología, y que la filosofía y la matemática comparten un origen común con la geometría y la astronomía. Así, la humanidad resulta ser el producto de una intrincada cadena de acontecimientos físicos, biológicos, históricos, sociológicos y económicos, que se concatenan desde el Big Bang hasta hoy, explicando lo que somos.
     En lo que respecta a la historia, es necesario distinguir entre lo que sucedió antes de la aparición de la escritura y lo que ocurrió después. Al período anterior lo llamamos "prehistoria", y su estudio corresponde más a disciplinas como la antropología, la arqueología y las ciencias naturales, las cuales se centran en la evolución biológica más que en la cultural. En este contexto, se estudia al homo sapiens desde una perspectiva naturalista, que busca explicar los cambios evolutivos que influyeron en el posterior desarrollo cultural. Por ejemplo, ¿es posible entender la escritura sin haber desarrollado antes el habla, el pensamiento abstracto y el lenguaje? Y a su vez, ¿tienen estas capacidades una explicación biológica o histórica?
     Cuando retrocedemos a tiempos pretéritos, nos damos cuenta de que la correcta interpretación de nuestra evolución requiere el conocimiento de diversas disciplinas. Solo al combinar estos saberes podemos obtener una visión precisa de lo que somos realmente. A medida que avanzamos en la evolución histórica, encontramos un hito clave en los inicios de la civilización: el lenguaje escrito, una herramienta inventada para registrar acontecimientos de manera fidedigna y comprensible para otros.
     Pero para que la escritura se desarrollara, fue necesario otro hito fundamental: la agricultura. Este avance permitió que el ser humano dejara de ser un cazador-recolector para convertirse en productor de su propio sustento. Con la agricultura llegó el sedentarismo, lo que impulsó el desarrollo tecnológico y económico, como la fabricación de herramientas de piedra y el comercio incipiente entre tribus. La especialización en actividades dentro de las comunidades también comenzó a surgir, estableciendo las bases de una economía más compleja.
     El sedentarismo trajo consigo el nacimiento de las primeras ciudades, donde las personas ya no se limitaban a una economía de subsistencia. Surgió una clase de artesanos y especialistas: alfareros, forjadores de metal, carpinteros, arquitectos, comerciantes, soldados y sacerdotes. Esta nueva organización también exigió una mayor defensa, lo que llevó a la creación de ejércitos y a la necesidad de recaudar impuestos. Los escribas, provenientes generalmente de la clase sacerdotal, se encargaban de llevar registros, naciendo así la escritura como medio para sistematizar el conocimiento y administrar las sociedades.
     Este desarrollo cultural marcó el inicio de la historia, definida como el estudio científico del pasado humano desde la aparición de los primeros registros escritos. Junto con la escritura, se desarrollaron las primeras instituciones políticas y jurídicas, lo que dio lugar al surgimiento del Estado. Las ciudades ya no solo tenían una organización económica y social, sino también una organización política.
     Las primeras manifestaciones de civilización aparecieron en Mesopotamia, Egipto y el valle del Indo. La escritura permitió la difusión del conocimiento de una manera más precisa, dejando atrás la transmisión exclusivamente oral. Sin embargo, el dominio de la escritura no estaba al alcance de todos; los alfabetos contaban con miles de signos, por lo que solo las élites intelectuales tenían acceso a este arte.
     Finalmente, la aparición de academias y maestros trajo consigo la necesidad de sistematizar el conocimiento, clasificándolo en diferentes disciplinas como matemáticas, geometría, medicina y astronomía, lo que permitió su transmisión eficiente a las generaciones futuras.
     En resumen, los orígenes de la civilización no son el resultado de hechos aislados, sino de una concatenación de circunstancias históricas, biológicas y culturales que, a lo largo de milenios, han permitido al hombre llegar a ser lo que es hoy. Estos son los verdaderos inicios de nuestra evolución cultural, un proceso continuo que aún no ha terminado, aunque la evolución biológica requiere más tiempo para manifestarse de forma notable.

     Saludos.

jueves, 3 de octubre de 2024

Los Falsos Líderes y la Corrupción Contemporánea

     Desde hace un tiempo, he reflexionado sobre una nueva casta de falsos líderes que ha emergido, ocupando puestos de enorme responsabilidad en distintos ámbitos, tanto en el político como en el empresarial. Estos individuos, a menudo jóvenes, han alcanzado las altas esferas del poder sin la experiencia ni la sabiduría necesarias para asumir dichas responsabilidades con propiedad. En su soberbia, toman decisiones arbitrarias que imponen a la sociedad, camuflándolas bajo un aire democrático. Se creen poseedores de la verdad absoluta y, con tal de lograr sus objetivos, no titubean en pasar por encima de culturas milenarias, a las que desprecian por su menor desarrollo tecnológico o militar.
     Este fenómeno no se limita a los poderosos países del norte; lo vemos también en naciones en desarrollo, como Chile. Hoy, más que nunca, los chilenos enfrentan un clima de desconfianza hacia sus líderes políticos debido a los escándalos de corrupción que han sacudido al país en los últimos años. Desde el caso de los "sobresueldos" hasta la investigación en curso por financiamiento irregular de campañas políticas, la corrupción ha erosionado la credibilidad de las instituciones y ha minado el tejido social. Estos escándalos son un reflejo de ese mismo relativismo y falta de ideales que mencioné en mis escritos anteriores.
     Vivimos en una sociedad en la que hablar de temas que exigen un mínimo de profundidad intelectual te convierte, con frecuencia, en un “bicho raro”. El triunfo de la democracia liberal y el crecimiento económico han dado paso a una generación que disfruta de un aumento en su renta per cápita, pero que, lamentablemente, ha perdido el interés por sus orígenes y por los valores que han cimentado la civilización. Estos valores no surgieron de la nada; son el fruto de siglos de esfuerzo y reflexión. Sin embargo, hoy prevalece una mentalidad que valora más el éxito rápido y superficial que los principios que nos han sostenido como sociedad.
     Este desinterés y la visión individualista predominante han permitido que florezca la corrupción en todos los niveles. La política chilena no es una excepción. Los recientes casos de corrupción no son más que el síntoma de un problema más profundo: una desconexión cultural y ética que se extiende por todas partes. Los falsos líderes de hoy, sean empresarios o políticos, se creen con el derecho de pasar por encima de la ley y de las personas para alcanzar sus propios objetivos, sin considerar el daño a largo plazo.
     Este fenómeno ha dado lugar a una nueva clase privilegiada: los dueños de megaempresas y los grandes capitales. Estos individuos operan por encima de la ley y explotan a una clase media y baja que, poco a poco, comienza a darse cuenta de la opresión bajo la que vive. La ciudadanía chilena, por ejemplo, ha empezado a rebelarse, exigiendo justicia y transparencia. Sin embargo, los procesos sociales son largos y complejos, y el cambio no sucede de la noche a la mañana.
     A pesar de todo, debemos mantener la esperanza y reconocer a los que son verdaderos líderes que luchan por restaurar la ética y los valores en nuestra sociedad. Son ellos quienes deben guiar nuestro camino. Pero una parte significativa de la población, cegada por el egoísmo y el individualismo, sigue aferrándose a una visión miope que sólo lleva a la decadencia. Ven el mundo como un regalo y piensan que pueden disponer de él a su antojo, olvidando el esfuerzo y los sacrificios que han llevado a la humanidad a su actual estado de desarrollo.
     Hoy, más que nunca, debemos estar atentos. Nos enfrentamos a una crisis de liderazgo y valores que amenaza con socavar los cimientos mismos de nuestra civilización. La corrupción, tanto en Chile como en el resto del mundo, es sólo un síntoma de un problema mayor. La lucha por una sociedad más justa y equitativa apenas comienza, y debemos observar con detenimiento lo que nos depara el futuro.
     Saludos.

lunes, 23 de septiembre de 2024

La farándulización de todo


     Vivimos en una época donde se ha instalado la tendencia a llevar una vida "light", mientras mantenemos nuestras mentes en un estado casi virgen. Nos enorgullecemos de la mediocridad. Alguien ha dicho que esta es la rebelión de las masas o la dictadura del hombre promedio. Pero más allá de intentar explicar este fenómeno que no solo ha invadido el espectáculo, sino todos los ámbitos de nuestras vidas, debemos preguntarnos si acaso la humanidad está atravesando un proceso involutivo.
     Ya no es raro que, en una reunión social, cuando surge un tema que requiere un mínimo de ejercicio intelectual, te miren como un bicho raro o te tilden de aburrido. ¿Será este el precio a pagar por la falta de ideales? ¿Son nuestros antepasados, con su doble moral, los culpables de lo que estamos viviendo? Busco explicaciones y no las encuentro. No entiendo cómo hemos llegado a un punto donde lo que más nos interesa es quién se acostó con quién o quién sale con quién. Todo se banaliza, todo se convierte en chiste.
     En Chile, este fenómeno ha golpeado con especial fuerza. Vemos horas de televisión dedicadas a un exiguo "jet-set", compuesto por modelos y futbolistas que, en su mayoría, no han logrado nada trascendental. Diarios y revistas se enfocan exclusivamente en el chisme, dejando de lado la crítica cultural o artística. En su lugar, se difunden los dimes y diretes de personajes cuya relevancia es efímera. Lo más preocupante es cómo estos mismos personajes de la farándula han logrado trascender los límites del entretenimiento y llegar a la política. Cada vez es más común ver a celebridades del espectáculo o de la televisión alcanzar cargos de poder, incluyendo escaños en el Congreso, sin aportar una verdadera experiencia o visión que beneficie al bien común.
     Es cierto que el fenómeno había disminuido en intensidad durante la pandemia. Las circunstancias globales obligaron a un replanteamiento de las prioridades sociales y culturales, dejando de lado las trivialidades. Sin embargo, en 2024, ha regresado con inusitada fuerza, como si el respiro provocado por la crisis sanitaria hubiera sido solo temporal. Hoy, nuevamente, la farándula domina las pantallas y los medios, inundando nuestra atención con superficialidad.
     Los canales de televisión se defienden diciendo que es lo que la gente quiere ver, que es lo que genera rating, y que ellos no son más que un reflejo de la sociedad. A veces pienso que el ser humano lleva en su sangre un instinto de autodestrucción. Pareciera que estamos condenados a la extinción como especie, no por catástrofes naturales, sino por nuestra propia indiferencia ante los valores que alguna vez nos guiaron.
     No me corresponde juzgar a nadie, pero ¡qué importante es encontrar el equilibrio! Es hora de preguntarnos qué tipo de sociedad queremos construir. Debemos hacer un llamado a los valores que, a lo largo de la historia, han generado verdadero progreso y bienestar.
     Saludos.

P.D.: No vayan a pensar que me falta sentido del humor.

jueves, 29 de agosto de 2024

Lisboa

     Fueron dieciséis horas de vuelo desde Santiago de Chile. Ni yo mismo entiendo la alegría que me produce estar aquí, a pesar de haber conocido tantos lugares en el mundo. Es la segunda vez que visito la capital de Portugal y me surge una pregunta: ¿Por qué me gusta Lisboa? ¿Qué tiene de especial esta ciudad que cautiva? Es una de las capitales más pequeñas de Europa. Portugal es un país de reducidas dimensiones. Sin embargo, Lisboa provoca algo en el visitante que queda prendado de ella y solo añora volver una vez que la deja.
     Intento racionalizar tantas emociones y concluyo que Lisboa acoge y deslumbra por la multiplicidad de sus colores. Sus edificios, castillos y construcciones medievales son únicos y asombran por su arquitectura. Lisboa es de esas ciudades que invitan a caminar sin rumbo, sin importar que nos perdamos en sus calles empinadas para contemplar sus pisos adoquinados, subir a un viejo tranvía o recorrer sus plazas monumentales.
     En mis primeras horas, quise caminar despacio y contemplar las maravillas que ofrece Lisboa. Me alojé en un hotel cercano al monumento en homenaje al Marqués de Pombal y allí comenzó mi recorrido. Sebastião José de Carvalho e Mello, más conocido como el Marqués de Pombal, fue el estadista portugués del siglo XVIII que reconstruyó la ciudad tras el terremoto de 1755. Este fue un violento sismo y maremoto que destruyó Lisboa y marcó para siempre la vida de sus habitantes. En honor a él se erigió este monumento, que parece vigilar desde las alturas los barrios de la Baixa y Chiado, reconstruidos por Pombal. Esta rotonda es el punto de encuentro de los lisboetas para celebrar triunfos deportivos y eventos masivos de toda índole. La imponente escultura se eleva sobre una columna de 34 metros de altura, y a este polémico personaje se le considera padre de la sismología moderna.
     Desde esta rotonda comienza la Avenida de la Libertad, y es posible caminar por ella hasta la Plaza de Comercio en pocos minutos. Esta avenida, al más puro estilo de los Campos Elíseos de París, fue construida a finales del siglo XIX. Se trata de una calle arbolada de 90 metros de ancho, con pavimentos decorados con dibujos abstractos. Aún conserva cierta elegancia, con fuentes y parques bajo los árboles. En la acera derecha se encuentran prestigiosas tiendas de lujo, tanto firmas internacionales de ropa como Armani, Dolce & Gabbana, y más. También hay joyerías y firmas portuguesas. Hacia la mitad de la avenida, a la izquierda, se encuentra el «Monumento a los Muertos de la Gran Guerra».
     La Avenida de la Libertad desemboca en la Plaza de los Restauradores, cuya característica principal es un obelisco situado en el centro. Dicho obelisco es el "Monumento a los Restauradores", un conjunto escultórico conmemorativo de la independencia definitiva de Portugal. Tras una crisis de sucesión, el país luso fue gobernado desde 1580 hasta 1640 por la dinastía de los Austria, que también reinaba en España en esa misma época.
     A pocos metros se encuentra otra plaza, la Plaza Rossio, actualmente conocida también como Plaza de Don Pedro IV. A su alrededor abundan hoteles, restaurantes y bares en los que pasar un buen rato. En la Plaza Rossio hay varios monumentos y puntos interesantes que conocer: la Estatua de Don Pedro IV de Portugal y I de Brasil se encuentra en el centro, sobre la cúspide de una columna al estilo del Monumento a Nelson en Londres. En el lado norte encontramos el Teatro Nacional Doña María II, un majestuoso edificio de estilo neoclásico en el que se desarrollan actividades culturales en Lisboa. Por último, en el lado izquierdo está la Estación Ferroviaria de Rossio. Construida en el siglo XIX, es, sin duda, el edificio que más llama la atención en la plaza. Desde ella salen los trenes que van a Sintra.
     Y sigo caminando. Dejo la Plaza Rossio y tomo la Rua Aurea hacia el río Tajo. A una cuadra, a la derecha, me encuentro con uno de los monumentos más hermosos de Lisboa: el Ascensor de Santa Justa. Con sus 45 metros de altura, conecta la Baixa con el barrio de Chiado y es una atracción obligada de Lisboa. Se terminó de construir en 1902 y su diseño es obra del ingeniero Mesnier de Ponsard. De estilo neogótico, posee una estructura de hierro inspirada en otras construcciones francesas de grandes dimensiones, como la Torre Eiffel. En un inicio, el ascensor constituía un elemento fundamental en la red de transporte público, pero hoy es un símbolo turístico de la ciudad.
     Continúo mi recorrido dos cuadras hacia el oriente para ver la Rua Augusta, que corre en paralelo. Siguiendo hacia el sur, ya se divisa la Plaza de Comercio. La Rua Augusta es la vía principal del barrio de la Baixa y une la Plaza Rossio, a través del Arco Triunfal, con la Plaza de Comercio. Se trata de un paseo peatonal lleno de restaurantes y tiendas que lo convierten en un lugar neurálgico de Lisboa. Pasamos el arco y llegamos a la Plaza de Comercio, el mismo centro de la ciudad. El Palacio Real se asentó por más de doscientos años en el terreno de esta plaza, sin embargo, fue destruido por el sismo de 1755. El Marqués de Pombal ordenó su reconstrucción en forma de “U”, con tres edificios de gran tamaño a su alrededor que albergan organismos gubernamentales. En medio de la plaza se encuentra la estatua ecuestre de José I, el monarca que estaba en el trono cuando ocurrió el terremoto. Es tradición lisboeta reunirse aquí cada 31 de diciembre para recibir el Año Nuevo.
     No han sido más de 40 minutos a pie desde la Plaza Marqués de Pombal. Aún queda mucha mañana y decidí tomar uno de los autobuses turísticos de color rojo. Me dirijo al barrio de Belém, donde hay al menos tres monumentos imperdibles de Lisboa.
     El primero de ellos es la Torre de Belém, quizás el edificio más emblemático de Lisboa. Es una antigua construcción militar de estilo manuelino, una escuela arquitectónica portuguesa que combina ornamentación europea y morisca, que tuvo su auge durante el reinado de Manuel I de Portugal. La torre fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1983. Sirvió en un inicio como torre defensiva para proteger Lisboa, y con posterioridad su misión se relegó a la de faro de la ciudad y centro aduanero. Fue construida entre 1515 y 1519 y es obra de Francisco de Arruda. La torre cuenta con cinco pisos y termina en una terraza. Todas las plantas se comunican por una pequeña escalera de caracol.
     Ahora caminamos unas cuadras hacia el oriente, por la ribera del Tajo, y encontramos el Monumento a los Descubrimientos, que celebra a los exploradores portugueses de los siglos XV y XVI y a los visionarios que hicieron de Portugal la primera potencia marítima de la época. El monumento actual data de 1960 y tiene 52 metros de altura. Su propósito fue conmemorar los 500 años de la muerte de Enrique el Navegante. El Monumento a los Descubrimientos contiene un grupo escultórico con forma de carabela, en cuya proa el Infante Don Henrique abre camino a numerosos personajes que tuvieron que ver con los grandes descubrimientos que hizo Portugal. Complementa el monumento, en su lado norte, una Rosa de los Vientos de 50 metros de diámetro dibujada en el suelo, que fue un regalo del gobierno sudafricano en 1960.
     Finalmente, visitamos el Monasterio de los Jerónimos. El Monasterio de los Jerónimos de Santa María de Belém es un monasterio de la Orden de San Jerónimo, ubicado en el barrio de Belém, al costado norte del Monumento a los Descubrimientos. El edificio fue concebido en estilo manuelino por el arquitecto Juan de Castillo y encargado por el rey Manuel I de Portugal para conmemorar el afortunado regreso de la India de Vasco da Gama. Su construcción se inició en enero de 1501 y concluyó a finales del siglo XVI. En el interior de su iglesia se encuentran los restos de Vasco da Gama y de Luís de Camões, el más importante poeta de lengua portuguesa.
     Ha transcurrido la mañana, hay hambre y es hora de almorzar, quizás un bacalao o un excelente surtido de mariscos, comida típica de Portugal. Aún hay otros lugares que visitar, como el Castillo de São Jorge y el barrio Alfama. Además, por la noche, asistiré a un espectáculo de fado y música portuguesa. Sin embargo, ahora me despido, esperando que hayan disfrutado mucho de Lisboa y, sobre todo, aprendido un poco más de una de las ciudades más hermosas que conozco. ¡Saludos!

viernes, 23 de agosto de 2024

La Grecia Antigua

 

     Al hacer mi primer video de Filosofía, tan solo pretendía realizar un experimento. Sin embargo, me sorprendió el éxito que tuvo de inmediato. Esto me llevó a concluir que los temas culturales y filosóficos son mucho más demandados de lo que muchos podrían pensar. Existe un hambre de conocimiento que considero mi deber satisfacer dentro de mis posibilidades. Continuaré por este camino, pero también creo que, para entender el origen de nuestra civilización y nuestra forma de ver el mundo, es fundamental conocer la historia de la Grecia Antigua, ya que es la cuna de todo lo que pretendo enseñar.
     Desde que tengo memoria, siempre he estado fascinado por comprender los orígenes de nuestra civilización y cultura. En mi juventud, conocía más sobre Roma que sobre la antigua Grecia, ya que la abundancia de material escrito y audiovisual sobre Roma hacía que esta fuera más accesible. Sin embargo, con el paso de los años, me adentré en la investigación de los filósofos de la antigüedad, cuyo pensamiento floreció en una civilización anterior a la romana. Ellos son los verdaderos padres de nuestra cultura y vivieron en un mundo de una riqueza intelectual sin precedentes, mientras que el Lacio aún era un cúmulo de aldeas sin destino. 

El legado de la civilización griega fue transmitido a Roma, se consolidó en el Imperio Romano y, desde allí, ha llegado hasta nuestros días. Este proceso es fascinante y, para su correcta asimilación, es esencial estudiar el contexto histórico en el que se desarrollaron estos avances tan significativos para la humanidad. Sin ellos, el mundo que conocemos hoy sería muy distinto.

En cualquier manual encontraremos que la historia de la Grecia Antigua se divide en cuatro etapas que entraremos a analizar de manera somera pues mi intención en este vídeo es provocar en ustedes la curiosidad para que investiguen y lean por su cuenta:

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     a)Período Oscuro y la Caída de los Reinos Micénicos:

  El Período Oscuro, que abarca aproximadamente desde el 1200 a.C. hasta el 800 a.C., es una de las fases más enigmáticas y cruciales de la historia de la antigua Grecia. Durante este tiempo, los reinos micénicos, que habían dominado la región durante la Edad de Bronce, se desmoronaron, marcando el fin de una era y el comienzo de otra.

     Los micénicos, descendientes de los pueblos indoeuropeos o aqueos que llegaron a la península en torno al 1700 a.C., fueron los primeros griegos en establecer una civilización avanzada en la región. Estos reinos, como Micenas, Tirinto y Pilos, eran conocidos por sus fortalezas amuralladas, su arte sofisticado y su sistema de escritura, el Lineal B, que constituye una de las primeras formas de escritura en griego. La sociedad micénica era una sociedad guerrera, centrada en la figura del rey, quien ejercía un control centralizado sobre la economía y la administración.

     La caída de los reinos micénicos es un fenómeno complejo que no tiene una única causa identificable. Entre las teorías más aceptadas se encuentran las invasiones de los dorios, un grupo que se estableció en el Peloponeso y en otras regiones de Grecia. Además, se ha sugerido que la decadencia pudo deberse a desastres naturales, como terremotos o sequías, que habrían debilitado las estructuras económicas y sociales. La llegada de los "Pueblos del Mar" también pudo haber jugado un papel en la desestabilización de la región. Sea cual fuere la causa exacta, lo cierto es que para el 1100 a.C., los palacios micénicos estaban en ruinas, y la civilización que había producido las grandes epopeyas homéricas se desvaneció.

     También esta época se caracteriza por la aparición, en la isla de Creta, de la civilización minoica, una de las más avanzadas del Mediterráneo oriental. La cultura cretense, con su gran palacio en Cnosos y su economía basada en el comercio marítimo, ejerció una profunda influencia sobre los micénicos. Los micénicos adoptaron muchos aspectos de la cultura minoica, incluyendo su arte, su arquitectura y posiblemente incluso su religión. La caída de los reinos micénicos no solo significó el fin de la civilización micénica, sino también la desaparición de muchos elementos de la cultura minoica que habían sido absorbidos por los micénicos.

     Es en este contexto de decadencia y transición que Homero, el gran poeta griego, compuso sus épicas "La Ilíada" y "La Odisea", en el siglo VIII a.C. Aunque estos poemas fueron escritos varios siglos después de la caída de los reinos micénicos, son fundamentales para la comprensión de esta época. A través de sus versos, Homero nos ofrece un vistazo a una sociedad que, aunque ya en declive, todavía recordaba la grandeza de un pasado heroico. Los personajes y eventos descritos en sus obras reflejan no solo las hazañas de héroes como Aquiles y Odiseo, sino también las costumbres, creencias y valores de una civilización que se encontraba en un proceso de transformación profunda. Además, la obra de Homero ayudó a preservar la memoria de la época micénica, convirtiéndola en un referente cultural para las generaciones posteriores.

     El Período Oscuro fue una época de gran cambio y transición en la historia de Grecia, marcado por la caída de los reinos micénicos y la influencia de la cultura cretense. Aunque fue un tiempo de decadencia y pérdida, también sentó las bases para el renacimiento cultural que vendría con la Edad Arcaica. A través de la obra de Homero, la memoria de esta época ha perdurado, ofreciéndonos una ventana al pasado y permitiéndonos comprender mejor los orígenes de la civilización griega.

     b)La Edad Arcaica: El Surgimiento de las Polis y la Revolución Filosófica en el Egeo:

     La Edad Arcaica, que se extiende aproximadamente desde el 800 a.C. hasta el 500 a.C., es un período crucial en la historia de Grecia, caracterizado por profundas transformaciones políticas, sociales y culturales. Este tiempo vio el surgimiento de las polis, las ciudades-estado que se convirtieron en el núcleo de la vida griega, así como el nacimiento de la filosofía en las islas del Egeo, marcando el paso de una cosmovisión mítica a una racional.

     Uno de los fenómenos más importantes de la Edad Arcaica fue la consolidación de las polis, pequeñas comunidades organizadas alrededor de una ciudad principal que funcionaba como centro político, religioso y comercial. Estas polis, como Atenas, Esparta, Corinto y Tebas, desarrollaron sistemas de gobierno autónomos y únicos, lo que dio lugar a una gran diversidad política en el mundo griego. Aunque cada polis era independiente, todas compartían una serie de características comunes que las unían culturalmente bajo el concepto de Hélade.

     Las polis no solo fueron la base de la organización política griega, sino también el escenario donde florecieron las artes, la literatura y, en particular, la filosofía. Atenas, por ejemplo, se destacó por su apertura a nuevas ideas y el fomento de las artes, mientras que Esparta adoptó un enfoque militarista y austero. Esta diversidad permitió que las polis se convirtieran en laboratorios de experimentación política, dando lugar a diferentes formas de gobierno, como la democracia ateniense y la oligarquía espartana.

     Mientras las polis se consolidaban como las unidades políticas de Grecia, en las islas del Egeo se gestaba una revolución intelectual que cambiaría para siempre la manera en que los seres humanos entendían el mundo. Este movimiento filosófico, conocido como el paso del mito al logos, implicó una transición de las explicaciones míticas sobre el origen del cosmos y la naturaleza hacia interpretaciones basadas en la razón y la observación.

     Las ciudades jónicas, como Mileto, fueron el epicentro de este despertar intelectual. Filósofos como Tales de Mileto, Anaximandro y Anaxímenes, conocidos como los milesios, comenzaron a cuestionar las explicaciones tradicionales sobre el mundo y propusieron teorías basadas en la observación y el razonamiento lógico. Tales, por ejemplo, postuló que el agua era el principio fundamental (arjé) de todas las cosas, mientras que Anaximandro propuso el concepto de lo "indeterminado" o apeiron como el origen de todo.

     Estos pensadores no solo influyeron en la filosofía natural, sino que también sentaron las bases para el desarrollo de la ciencia, al aplicar un enfoque sistemático y racional a la comprensión del mundo. Además, esta revolución filosófica no se limitó a Mileto, sino que se extendió por todo el mundo griego, inspirando a generaciones de pensadores que seguirían explorando las grandes preguntas sobre la existencia, la naturaleza y el cosmos.

    La revolución filosófica del Egeo tuvo un impacto profundo en la vida griega, no solo en el ámbito intelectual, sino también en el político y social. La filosofía fomentó una cultura del debate y la discusión racional, que se reflejó en las asambleas ciudadanas de las polis, especialmente en Atenas, donde el discurso público y la deliberación eran fundamentales para el funcionamiento de la democracia.

     Este período también vio el surgimiento de las primeras escuelas filosóficas, donde los maestros transmitían su conocimiento a discípulos que continuarían desarrollando sus ideas. La figura del filósofo se convirtió en un elemento central de la cultura griega, y el pensamiento racional se integró en la educación de los ciudadanos, quienes eran entrenados no solo en el arte de la guerra, sino también en el arte de pensar críticamente.

     La Edad Arcaica fue un tiempo de extraordinaria innovación en la historia de Grecia. El surgimiento de las polis estableció las bases de la organización política y social griega, mientras que la revolución filosófica en las islas del Egeo marcó el comienzo de una tradición intelectual que sigue influyendo en el pensamiento occidental hasta nuestros días. Este período de transición, lleno de experimentación y cambio, preparó el camino para los logros de la época clásica y sentó las bases para el desarrollo de la filosofía, la ciencia y la política en el mundo griego y más allá.

     c)La Época Clásica: La Consolidación de la Democracia y el Apogeo del Arte, Filosofía y Literatura Griega:

    La Época Clásica, que abarca aproximadamente desde el 500 a.C. hasta el 323 a.C., es uno de los períodos más gloriosos en la historia de Grecia, marcado por el desarrollo político, intelectual y artístico que sentó las bases de la civilización occidental. Se abre con la gran confrontación entre griegos y persas (Guerras Médicas). Se combate en Maratón, Termópilas, Platea y Salamina. Ganan los griegos y su principal consecuencia fue el auge de Atenas como la gran potencia del mundo helénico. Durante este tiempo, Atenas emergió como la cuna de la democracia y un centro cultural de primer orden, mientras que el pensamiento filosófico, la literatura y las artes alcanzaron nuevas alturas. Sin embargo, el poderío ateniense causa resquemores en Esparta y el choque es inevitable. Se libra la guerra del Peloponeso y se impone Esparta en el año 405 ac después de una serie de batallas.
     La democracia ateniense, un sistema de gobierno sin precedentes en la historia humana, se consolidó durante la Época Clásica y se convirtió en uno de los legados más duraderos de Grecia. Este sistema político, que permitía a los ciudadanos participar directamente en la toma de decisiones, fue una evolución de las reformas de Solón y Clístenes, quienes sentaron las bases de la participación ciudadana en el gobierno.

     Bajo el liderazgo de Pericles, la democracia ateniense alcanzó su apogeo. Pericles impulsó reformas que ampliaron la participación de los ciudadanos en la asamblea, promovió la igualdad ante la ley y fortaleció el poder del pueblo en la toma de decisiones. La democracia ateniense era directa, lo que significaba que los ciudadanos se reunían en la Asamblea para debatir y votar sobre asuntos importantes, desde políticas militares hasta leyes internas.

    Esta forma de gobierno fomentó un sentido de responsabilidad cívica entre los atenienses y permitió el florecimiento de un discurso público vibrante. Sin embargo, también tenía sus limitaciones, ya que la ciudadanía estaba restringida a los hombres libres nacidos en Atenas, excluyendo a mujeres y esclavos.

     El arte griego alcanzó su máximo esplendor con un enfoque en la representación idealizada del cuerpo humano, la armonía y el equilibrio. La escultura griega, ejemplificada por las obras de Fidias, Mirón y Policleto, se caracteriza por su realismo idealizado y la búsqueda de proporciones perfectas. Fidias, en particular, es conocido por su trabajo en el Partenón, incluyendo la majestuosa estatua de Atenea, que se erigió en la Acrópolis de Atenas.

     La arquitectura también floreció en esta época, con la construcción de algunos de los templos más emblemáticos de la historia, como el Partenón, que no solo sirvieron como centros religiosos, sino también como símbolos del poder y la grandeza de la polis. Estos edificios, diseñados con una meticulosa atención al detalle y al uso de órdenes arquitectónicos como el dórico, jónico y corintio, reflejan la búsqueda de los griegos por la perfección estética.

     El siglo IV ac, es el siglo de la decadencia ateniense en el plano político y militar, pero del mismo modo son los tiempos de los máximos exponentes de la filosofía antigua. La filosofía griega experimentó un crecimiento sin precedentes durante la Época Clásica, con la aparición de figuras inmortales como Sócrates, Platón y Aristóteles. Estos pensadores no solo exploraron cuestiones éticas y metafísicas, sino que también establecieron las bases del pensamiento lógico y científico:

     Sócrates, a través de su método dialéctico, conocido como el método socrático, cuestionó las suposiciones de sus contemporáneos y exploró conceptos como la justicia, la virtud y el conocimiento. Su enfoque en la auto examinación y el diálogo crítico inspiró a generaciones de filósofos y pensadores.

   Platón, discípulo de Sócrates, fundó la Academia, una de las primeras instituciones de educación superior en el mundo occidental. A través de sus diálogos, Platón exploró ideas sobre la realidad, el conocimiento y la política, desarrollando su teoría de las Ideas, donde afirmaba que el mundo sensible es solo una sombra de un mundo de formas perfectas e inmutables.

     Aristóteles, alumno de Platón, fundó el Liceo y escribió sobre una asombrosa variedad de temas, desde la biología y la física hasta la ética y la política. Su enfoque empírico y su énfasis en la observación y la lógica tuvieron una influencia duradera en la filosofía occidental.

     La Época Clásica también fue un tiempo de florecimiento literario, particularmente en el campo de la dramaturgia. Atenas se convirtió en el centro del teatro griego, donde se representaban tragedias y comedias que exploraban los dilemas humanos y las complejidades de la vida. Esquilo, Sófocles y Eurípides son los tres grandes trágicos de la época, cuyas obras han perdurado como clásicos del teatro universal. Esquilo, conocido como el padre de la tragedia, introdujo el segundo actor en el escenario, lo que permitió una mayor complejidad en las tramas. Sófocles, autor de obras maestras como Edipo Rey y Antígona, perfeccionó la estructura dramática y profundizó en la psicología de sus personajes. Eurípides, por su parte, destacó por su enfoque más humanista y crítico, cuestionando las convenciones sociales y los mitos tradicionales. Aristófanes, el gran comediógrafo, utilizó el humor y la sátira para criticar la política y la sociedad ateniense. Sus comedias, como Las Nubes y Lisístrata, no solo entretuvieron a su audiencia, sino que también ofrecieron una visión crítica de los acontecimientos contemporáneos.

     La Época Clásica fue un período de esplendor sin igual en la historia de Grecia, durante el cual se consolidaron instituciones políticas como la democracia ateniense y se alcanzaron logros extraordinarios en el arte, la filosofía y la literatura. Este legado, transmitido a través de los siglos, ha moldeado profundamente el pensamiento y la cultura occidental, convirtiendo a la Grecia Clásica en una de las piedras angulares de la civilización moderna.

     d)La Época Helenística: La Expansión de la Cultura Griega por Todo el Mundo Conocido:

     La Época Helenística, que se extiende desde la muerte de Alejandro Magno en 323 a.C. hasta la conquista romana de Egipto en 30 a.C., representa un período de extraordinaria difusión cultural, en el que la influencia griega se extendió por gran parte del mundo conocido. Durante estos tres siglos, la civilización griega no solo mantuvo su esplendor, sino que también se mezcló y fusionó con las culturas de Asia, África y el Mediterráneo, creando una síntesis cultural que perduraría durante siglos.

     El punto de partida de la Época Helenística es el ascenso meteórico de Alejandro Magno, rey de Macedonia, quien, en menos de una década, logró crear uno de los imperios más vastos de la historia. Tras su victoria sobre los persas, Alejandro consolidó su dominio sobre Grecia, Asia Menor, Egipto, Mesopotamia, Persia y llegó hasta la India. Su ambición no solo era conquistar territorios, sino también difundir la cultura griega, que consideraba superior.

     A lo largo de su imperio, Alejandro fundó ciudades que llevaban su nombre, la más famosa de ellas Alejandría en Egipto, que se convertiría en un importante centro de conocimiento y cultura. En estas ciudades, Alejandro promovió la convivencia entre griegos y los pueblos conquistados, alentando matrimonios mixtos y la adopción de costumbres griegas por parte de las élites locales. Este proceso de helenización no fue una imposición unilateral, sino un intercambio cultural que enriqueció tanto a los griegos como a las civilizaciones orientales.

     Tras la muerte de Alejandro en 323 a.C., su vasto imperio se fragmentó en varios reinos gobernados por sus generales, conocidos como los diádocos. Estos reinos, los más importantes de los cuales fueron el Imperio Seléucida, el Reino Ptolemaico de Egipto y el Reino de Macedonia, continuaron la expansión de la cultura griega en sus territorios.

   Cada uno de estos reinos se convirtió en un centro de poder y cultura helenística. En Egipto, bajo los Ptolomeos, Alejandría se consolidó como la ciudad más grande del mundo mediterráneo y un faro de conocimiento, gracias a instituciones como la Biblioteca de Alejandría y el Museo, donde florecieron la ciencia, la filosofía y la literatura.

     El Reino Seléucida, que abarcaba gran parte del antiguo Imperio Persa, fue clave en la difusión del helenismo hacia el este, hasta la India. La fusión de las tradiciones griegas con las locales dio lugar a un sincretismo cultural único, visible en la arquitectura, el arte y la religión. Un ejemplo notable es la ciudad de Antioquía, que se convirtió en un crisol de culturas griega, persa y siria. 

     La Época Helenística fue un tiempo de innovación y diversidad en el pensamiento, el arte y la ciencia. Aunque la influencia griega predominaba, esta se enriqueció con las aportaciones de otras culturas.

  • Filosofía y Ciencia: La filosofía helenística se caracterizó por la aparición de nuevas escuelas de pensamiento, como el estoicismo, fundado por Zenón de Citio, que enseñaba la virtud como la única vía hacia la felicidad, y el epicureísmo, de Epicuro, que promovía el placer moderado como el bien supremo. Al mismo tiempo, Alejandría se convirtió en el centro del saber científico, con figuras como Euclides, que sistematizó la geometría, y Arquímedes, que realizó importantes avances en matemáticas y física.

  • Arte y Arquitectura: El arte helenístico se distinguió por su realismo y expresividad, alejándose del idealismo clásico para explorar las emociones humanas en toda su complejidad. Las esculturas de este período, como la Venus de Milo y el Laocoonte, muestran una atención detallada a la anatomía y el movimiento, capturando momentos dramáticos y a menudo dolorosos. En arquitectura, se desarrollaron monumentos grandiosos y teatrales, como el Altar de Pérgamo, que reflejan la escala y la ambición del helenismo.

  • Literatura: La poesía y la literatura helenísticas también florecieron, con poetas como Teócrito, que desarrolló el género bucólico, y Apolonio de Rodas, autor de la épica Argonáutica. Los textos literarios de este período muestran una mayor sofisticación y experimentación, reflejando la diversidad cultural de los reinos helenísticos.

     El legado de la Época Helenística es vasto y perdurable. La cultura griega se convirtió en una lengua franca que unía a las élites desde el Mediterráneo hasta Asia Central. Incluso después de la conquista romana, el griego siguió siendo la lengua de la cultura y la ciencia, y muchos aspectos del helenismo fueron absorbidos por Roma. La síntesis cultural helenística influyó profundamente en la religión, la filosofía y el arte de la Antigüedad Tardía, y su impacto se sintió durante siglos, especialmente en el desarrollo del cristianismo y la civilización bizantina. La época helenística, con su mezcla de tradiciones griegas y orientales, marcó una transición crucial hacia un mundo más globalizado y multicultural.

     La Época Helenística fue un período de expansión y fusión cultural sin precedentes, en el que la cultura griega se difundió por gran parte del mundo conocido, enriquecida por las interacciones con otras civilizaciones. Este legado cultural no solo transformó las sociedades de la antigüedad, sino que también dejó una huella indeleble en la historia de la humanidad, sentando las bases de un mundo cada vez más interconectado.

     e)La Influencia de Roma:

     En el siglo III a.C., Roma comenzó a consolidarse como una potencia global, especialmente después de su victoria sobre Cartago en las Guerras Púnicas. Las constantes disputas entre los sucesores de Alejandro Magno llevaron a una creciente intervención romana en los asuntos internos griegos. Las alianzas y conflictos con Roma culminaron en la conquista de Grecia. La destrucción de Corinto en 146 a.C. marcó la completa incorporación de Grecia al Imperio Romano como una provincia más. Sin embargo, la influencia griega en Roma había comenzado mucho antes, especialmente a través de las colonias griegas en el sur de Italia. La cultura griega, en todas sus formas—literaria, filosófica, científica, religiosa y arquitectónica—influenció profundamente en una Roma que absorbió la herencia cultural griega, fusionándola con sus propias tradiciones para crear la civilización grecorromana, que ha llegado hasta nuestros días. El latín se convirtió en la lengua del poder, mientras que el griego siguió siendo el idioma de la cultura y la erudición.

     En resumen, la historia de la Grecia Antigua no solo nos revela las raíces de nuestra civilización, sino que también ilumina los cimientos de nuestro pensamiento, nuestras artes y nuestra forma de gobernarnos. Desde la rica mitología y los reinos micénicos, pasando por el surgimiento de las polis y la revolución filosófica en las islas del Egeo, hasta la consolidación de la democracia y la expansión helenística bajo Alejandro Magno, cada etapa ha dejado una huella indeleble en el mundo moderno. Entender estos orígenes es esencial para apreciar la profundidad de nuestra herencia cultural y para seguir explorando las grandes ideas que aún nos inspiran hoy. Continuar esta exploración es no solo un deber, sino una oportunidad para enriquecer nuestra comprensión del mundo y nuestro lugar en él.

     Saludos.


jueves, 22 de agosto de 2024

Cara a cara

     Despierto con el castañeteo de mis dientes. Abro los ojos y me arropo con la frazada, aunque un tibio sol entra por la ventana de mi dormitorio. Es una mañana fría, como tantas que hemos sufrido este año por un invierno que golpea con fuerza el centro del país. Siempre necesito algunos minutos para despertar y me estiro en la cama, procurando no molestar a mi mujer, que todavía duerme sin siquiera mover una pestaña. La observo mientras me pregunto cómo logra conciliar un sueño tan profundo con esa facilidad. Giro mi cabeza y recuerdo que es domingo. Sonrío al darme cuenta de que no tengo que ir a trabajar. Sin embargo, nunca me ha gustado quedarme mucho en la cama, así que me levanto a pesar del gélido aire matutino que cala hasta los huesos.

     Me dirijo a la cocina y lleno con agua la tetera para prepararme un café negro. La dejo hirviendo mientras vuelvo al dormitorio y me abrigo con la única bata que tengo. Mi mujer ronca a pata suelta. Si la despierto, me mata, así que decido salir al patio a recoger el diario antes de que me dé un ataque de risa.

     La escarcha tiñe de blanco todo lo que está a la intemperie. El diario está envuelto en una bolsa gris, a pocos metros de la puerta. Intento correr para recogerlo, pero no doy más de un par de zancadas antes de detenerme ante la gruesa capa de hielo que cubre el parabrisas de mi Peugeot 404. La contemplo con asombro mientras me agacho y tomo la bolsa. Enseguida, el frío me obliga a entrar nuevamente a la casa.

     Busco el tazón con mis iniciales que mis hijos me regalaron en Navidad y lo encuentro en una de las gavetas de la cocina. Me sirvo ese café negro que tanta falta me hace. Huelo su aroma antes de ir al comedor y sentarme a la cabecera de la mesa. Al fin siento paz para leer y consigo concentrarme en lo que pasa en el mundo. Puede que sea coincidencia, pero doy el primer sorbo y, no sé por qué, abro la página policial. Salta a la vista la foto de un cadáver: “DOS MUERTOS DEJA RIÑA EN UN BAR”, dice el titular. Al parecer, se trató de un ajuste de cuentas entre pandilleros. "¡Gente tan joven, qué absurdo morir así!", pienso sin lograr despegar mis ojos de esa foto. "Es solo una noticia más, ¿por qué me acuerdo de mi madre y de aquella historia que contaba?". Mi madre enviudó joven y mi adolescencia fue difícil. Crecí sin una imagen paterna y la hice pasar rabias. Comenzaba con esa historia cada vez que hacía travesuras: "¿Te acuerdas de aquellos hombres?", empezaba. "¡No quiero que termines como ellos!". Yo no debía tener más de cuatro o cinco años y apenas recuerdo el episodio. Todo sucedió en el pueblo infecto donde nací y al que jamás he vuelto desde que ella murió. No siento nostalgia de ese lugar, pero la voz de mi madre, aquel caserío y esa pregunta se hacen patentes con la foto. Siento como si la estuviera escuchando...

     "Cesó la lluvia después de varios días. El ambiente estaba húmedo y soplaba un viento helado que estremecía hasta el alma. Era un pueblo rodeado por bosques impenetrables. Costaba caminar; había que usar calzado de goma para mantener el equilibrio y no quedar enterrado en el barro hasta más allá de las rodillas. Hacía frío, tal vez como nunca en ese invierno.

     Fue como al mediodía que vieron aparecer al Trauco por una esquina. Hombre misterioso, callado, con un halo de melancolía y resignación. Le decían así desde su infancia, pues nadie conocía su verdadero nombre, seguramente por su pequeñez y la joroba que sobresalía de su hombro izquierdo. Trabajó siempre en el fundo de los Eyzaguirre. Fue allí donde su madre lo parió y lo crio. Hay gente que asegura que fue un huacho de don Sebastián, ya que, por algo, llegó a ser su capataz y mano derecha.

     Fue raro ver al Trauco. Todos se sorprendieron; es más, no entendieron nada. Dicen que tomó un caballo de forma intempestiva o que un bicho lo picó. Por otra parte, así era él: audaz, impredecible, y cuando se le fruncía algo, se convertía en un huracán. No le importó el clima o la lluvia, tan solo partió sin decirle nada a nadie. Lo vieron salir de su casa como un energúmeno. Cerró la puerta de golpe y no pidió permiso pese a que había importantes asuntos que atender en la hacienda. Cabalgó como un animal herido y sin detenerse hasta el pueblo. Llegó con el poncho estilando y el rostro siniestro. Otros dicen que sin expresión alguna ni muestras de rabia o pena. Era gente de frontera que no conocía la tristeza o el dolor, solo la supervivencia.

     Aperó el caballo frente al almacén donde por años compró azúcar y café. Desmontó lenta y pausadamente, aunque, a pesar de su aparente calma, sus ojos no disimulaban su furia. Caminó hacia la cantina con la vista al frente y el ceño fruncido. La gente lo vio pasar. Nadie quiso hablarle o saludarlo; tan solo se hicieron a un lado porque le temían y respetaban. También lo admiraban; muchos querían ser como él y llevar una vida salvaje y sin horizontes.

     La cantina estaba al otro lado del pueblo. Un sitio escondido tras una fina y barnizada puerta de madera. Los parroquianos la cruzaban y bebían sin que a nadie le importara quién entraba o salía. Se emborrachaban con libertad y desenfreno, pues no había más que hacer en el pueblo. El Trauco se quedó parado con las piernas semiabiertas y miró la puerta con los ojos húmedos de rabia.

  • ¡Ruciooooo! – gritó enseguida y de forma destemplada –, ¿dónde estaí, chucha de tu madre?

     Fue un grito agudo y desgarrador. Un gemido que parecía, más bien, el final de una enorme bestia. Todo el pueblo lo escuchó; no hubo nadie que quedara indiferente. Algunos sintieron curiosidad y, se podría decir, que hasta morbosidad. Otros, en cambio, sintieron terror. También estuvieron los que pretendieron seguir como si nada. Sin embargo, no hubo más que estar pendiente del Trauco y entender a qué había venido.

     Transcurrieron los segundos y nadie contestó. El Trauco siguió con la mirada fija; era un hombre abstraído en su locura, sus problemas o tal vez en un mundo que solo él entendía. Era como si esperara a alguien o quisiera que lo escucharan, pero fue una espera inútil, puesto que no hubo quien escuchara o se diera por aludido. El Trauco comprendió que nada pasaría y, de pronto, se movió hacia la puerta con decisión. Se detuvo a unos centímetros de la madera; es más, le respiraba encima.

     Primero la observó con serenidad, queriendo controlar su enojo. Lo intentó, pero no fue capaz de mantener la calma. Le dio una gran patada a la puerta. Esta se estremeció, crujió y cayó como un árbol recién talado. El Trauco se quedó quieto en el umbral y contempló su obra con orgullo. Esbozó una macabra sonrisa que dejó ver sus mal cuidados dientes. Miró todo con desprecio mientras buscaba a alguien que lo regañara. Sabía que nadie se atrevería a decirle nada, ni siquiera el dueño, que se escondió tras un gigantesco mostrador. Todos entendieron que estaba furioso. El local estaba lleno de parroquianos jugando al cacho o al dominó. Reían y bebían hasta que todo fue interrumpido por el Trauco y su espectacular entrada. Era un lugar oscuro y lúgubre. Un bar clandestino, sin patente ni permiso, en un pueblo donde no había autoridad. Detrás del mostrador, que según muchos era una valiosa pieza de museo y tesoro para cualquier coleccionista, había un estante lleno de vodka, whisky, vino, cerveza o del licor que usted quisiera. No había hospitales, escuelas o carreteras, pero se podía beber de todo; alcohol sí que no faltaba.

     El Trauco comenzó a indagar con la mirada hasta que encontró un rincón con la mesa más retirada del bar. En ella se divisaba una silueta difícil de distinguir. El Trauco no lo pensó más; su semblante cambió y no le cupo duda de que había dado con lo que buscaba. Comenzó a caminar hacia la mesa. En ella había un hombre bebiendo solo y que, al parecer, esperaba tranquilo. Tal vez el único que no estaba asustado. Era nada más ni nada menos que el Rucio. Otro extraño personaje, su enemigo mortal y único rival. Solo él se habría atrevido a desafiarlo. Siempre se odiaron y ya se habían peleado con pistola, espada y puñal. Dicen que la última vez, el Rucio quedó marcado por una cicatriz que le atravesaba el rostro de lado a lado. Juró venganza y gritó a los cuatro vientos que esto no se quedaría así. Tarde o temprano se la iban a pagar. Era la antítesis del Trauco: simpático, hablador y vividor, de ojos azules y gran éxito con las mujeres a pesar de su horrible cicatriz. Pero, al mismo tiempo, era mentiroso, traicionero y retorcido, capaz de matar a cualquiera por la espalda. Se dedicaba al tráfico de animales y pieles finas; también traficaba con personas, esclavizando a los indígenas de la zona. Permaneció impertérrito y sentado mientras el Trauco se acercaba. Lo dejó venir como si fuese un encuentro inevitable. El Trauco estuvo en breve junto a él; al fin había llegado el momento que por años había anhelado con vehemencia.

—¡Siéntate, Trauco! —dijo calmadamente el Rucio—. Tómate un último vaso de vino conmigo, hazme el favor.

     El Trauco no daba crédito a lo que escuchaba. Le invitaba un trago nada menos que la persona que más odiaba en este mundo. Sin embargo, no se dejó impresionar y mantuvo la sangre fría, pues sabía que el Rucio era hábil, siniestro y traicionero. No tendría compasión con él, y en este asunto no existiría la piedad.

     El Rucio no era cualquiera y contemplaba la botella como si su enemigo no existiera. El Trauco tomó una silla con violencia e hizo que las patas golpearan el piso de madera. Se sentó con aparente serenidad, pero esa no era más que una estrategia primitiva para enfrentar la vida, aunque esta estuviera en juego. El Rucio hacía ya un rato que lo esperaba. Sabía que vendría, pues al Trauco no le quedaba otra alternativa después del daño que había sufrido y del inmenso dolor que lo aquejaba. No había más que hacer; tendrían que enfrentarse nuevamente, y para ello estaban dispuestos, entregados y preparados. Se conocían bien, eran enemigos y querían matarse, pero al mismo tiempo se respetaban.

     El Rucio se ocupó de que hubiera un mantel sobre la mesa, y todo parecía un rito seguido paso a paso. También había un par de vasos y una botella del mejor vino tinto que se podía encontrar en el lugar. El Rucio la chambreó a un lado de la salamandra hace tan solo unos minutos. Tenía la temperatura justa; era un vino suave y tibio, perfecto para una zona de tanto frío, viento y lluvia. Una vez más, estaban frente a frente. El Rucio llenó los vasos dejando que el líquido vertiera lentamente y golpeara el opaco cristal de aquellos vasos. Quiso que se sintiera claramente su sonido, que se viera su color y se esparciera por el lugar su suave aroma. Mientras tanto, el bar se mantenía en un silencio sepulcral. Todos comprendieron lo que iba a suceder y nadie quiso intervenir; era obvio que iba a correr sangre. Algunos quisieron arrancar, corrieron tan aprisa que incluso tropezaron en la puerta derrumbada; otros, en cambio, no se movieron de sus mesas. La curiosidad pudo más, no quisieron perderse un espectáculo por el que muchos hubieran pagado. Pero para el Trauco y el Rucio no había nadie alrededor; solo se miraban uno al otro. Se estudiaban como ya lo habían hecho tantas veces, sin embargo, ambos tenían claro que esta sería la última. Bebían a pequeños sorbos sin descuidarse por un instante y así no dar ni la más mínima ventaja. Continuaron bebiendo; en todo ese lapso no se hablaron, tan solo se observaron como tigres a punto de saltar sobre su presa.

—¿Cómo está Marta? —preguntó sorpresivamente el Rucio.

—Muerta —dijo el Trauco con su rostro inmutable—, yo mismo la maté con mi cuchillo.

     El Trauco quizás habló esperando alguna reacción o gesto que lo ayudara a despertar de una pesadilla. Lo que dijo fue brutal, pero no mentía. Había matado a su mujer. Sin embargo, el Rucio permaneció impertérrito, como si lo que había escuchado le causara gracia. Esbozó una sonrisa llena de desprecio y maldad. En el fondo, degustaba su triunfo; al fin saboreaba su venganza. Logró lo que quería: golpear al Trauco en su orgullo y hombría. Había poseído a su mujer. La persiguió por mucho tiempo, pero sin sentir nada por ella. Tan solo buscó destruir el hogar del Trauco, su familia y su intimidad.

—¿Sabes lo último que me dijo de ti? —dijo nuevamente el Rucio.

—No.

—Que lo teníai chico.

     Aquellas palabras fueron un golpe bajo y sorpresivo, aunque del Rucio no extrañaba nada. Todos sabían que era capaz de una crueldad sin límites y, con tal de humillar al Trauco, hubiera hecho lo que fuera. Fue realmente una pateadura en el suelo. El Trauco no tenía una mente vivaz y no supo devolver ataque tan certero. El Rucio, luego de contemplar a su enemigo y entender que estaba desvalido, comenzó a reír a grandes carcajadas que invadieron todo el bar. Había sido un triunfo completo, fenomenal y contundente.

     El Trauco seguía mudo, aún no asimilaba bien lo que escuchaba y le era imposible reaccionar. Poco a poco, entendió que debía defender su dignidad. Su rostro fue adquiriendo una expresión patética, lo invadió la ira y sintió ganas de matar. El Rucio, equivocadamente, creyó que ya había ganado. Pensó que su rival se iría derrotado, se tiraría de un precipicio o se arrojaría al mar; en fin, poco le importaba. Miró con tranquilidad y soberbia al Trauco, en la creencia de que jamás reaccionaría como un hombre. Sin embargo, cometió un error. El Trauco lanzó un violento golpe sobre la mesa, la agarró de un borde y la levantó por sobre las cabezas. También voló el mantel y los vasos, que se hicieron trizas; no obstante, la botella resistió y rodó por el suelo hasta que una silla la detuvo. Había empezado la pelea, los parroquianos comenzaron a gritar y a avivarlos. Levantaron expectantes los puños y tomaron partido; algunos gritaban por el Trauco y otros por el Rucio. Corrieron las apuestas con dinero, vacas o gallinas, también con sacos de trigo. Voló una silla por los aires, el Rucio la esquivó con agilidad y pasó por un lado de su hombro izquierdo. Luego se levantó y retrocedió unos pasos, se preparó para el ataque y se puso en guardia. Su enemigo corrió hacia él y se le vino encima sin medir las consecuencias. El Trauco no pensaba, solo quería destruir y matar. Se abalanzó sobre su oponente agarrándolo por el torso y dándole el abrazo del oso. Quiso estrangularlo. La expresión llena de angustia que tenía el rostro del Rucio lo decía todo. Luchaba con todo lo que tenía, sin embargo, se estaba sofocando y, por más que lo intentaba, no podía zafarse de aquellos brazos. Tenía los ojos muy abiertos, la lengua afuera y mostraba sus dientes, pues el oxígeno apenas entraba a sus pulmones. El Trauco no cedía, apretaba más y más; ya era muy tarde para hacerlo entrar en razón. De pronto, ambos rodaron por el piso debajo de las mesas. Solo se detuvieron a un lado de la salamandra y el Trauco se quemó uno de sus muslos. Quedó encima del Rucio, que, a su vez, lanzaba desesperados puñetazos que no daban en el blanco. Pero, después de varios intentos, logró pegarle en la nariz. El Trauco comenzó a sangrar y, al principio, trató de disimularlo, pero sintió el golpe y su ataque perdió ímpetu. El Rucio se percató al instante de que era el momento de quitárselo de encima. Hizo una hábil maniobra con los pies y logró empujarlo hacia el mostrador. El Trauco tenía mucha fuerza, sin embargo, era un hombre pequeño y no costó que su cuerpo volara arrasando mesas y sillas. Solo lo detuvo el mostrador. Se quedó quieto, se tocó la nariz y limpió la sangre con sus dedos. Su rostro estaba enrojecido. De un salto, se puso de pie. El Rucio no tenía tanta fuerza, pero aun así, lograba controlarlo con agilidad. La rabia no dejaba pensar al Trauco con claridad y, a veces, actuaba torpemente. Tal vez por eso sacó el cuchillo con el que había matado a su mujer y a todos los que alguna vez lo desafiaron. Se fue en busca del Rucio y lo arrinconó contra la pared. El Rucio también sacó su cuchillo. El Trauco inició su ataque, deseando pelear en serio de una vez. Al principio, fueron estocadas que no daban en el blanco, pero se podía sentir el odio; no había piedad ni miedo. Resistían hábilmente, esquivaban los golpes con frialdad y experiencia. Fueron dos minutos en los que ninguno se hizo daño, ninguno perdía la compostura, pero de pronto, el Rucio tropezó. Nadie sabe por qué perdió el equilibrio y vaciló, dando unos pasos hacia atrás. Su rival no lo pensó y se abalanzó como un animal furioso. El Rucio nada pudo hacer, solo lo vio venirse de nuevo encima, pero como si fuera un mago, con un rápido movimiento, logró clavar su cuchillo en el abdomen del Trauco. La hoja penetró lenta y profundamente, perforando vísceras y estómago. El Trauco, al principio, ni siquiera se dio cuenta. Segundos después sintió el dolor y lanzó un gemido. Luego palpó su herida, vio su sangre y comprendió que estaba herido. No obstante, su fuerza no disminuyó y, con su mano izquierda, sujetó la cabeza del Rucio y lo dejó inmóvil en el suelo. Este se resistió un instante, pero el Trauco, con la otra mano, comenzó a rebanarle el cuello como si fuera un cordero en el matadero. Abrió sus carnes sin misericordia. Vio emanar la sangre de su interior y cómo se iba vaciando lentamente. El Rucio comenzaba a desangrarse, a morir y a cerrar los ojos en silencio. El Rucio murió plácidamente; su rostro estaba pálido y sereno. El Trauco comprendió que todo había terminado y que su enemigo se había ido para siempre. Siguió observando por unos instantes el cadáver del Rucio y, tal vez con vanidad, sintió un extraño alivio acompañado de tristeza. Luego intentó ponerse en pie, pero aún tenía aquella daga enterrada en el estómago. Quiso sacársela de un tirón, pero no pudo, pues el dolor fue insoportable. Dejó escapar un agónico gemido. Su herida era mortal y era cuestión de unos minutos. El Trauco así lo comprendió, supo con resignación que este era su final. En el estante había un gran espejo; observó su rostro y sus ojos, su encorvado cuerpo. Tomó una de las botellas y la lanzó furiosamente hacia él. El espejo se hizo añicos. Todo se vino al suelo con un sonido infernal.

     Se trataba de un hombre moribundo. Quiso salir a respirar un poco de aire y sentir las gotas de lluvia golpear su rostro por última vez. Nadie se explica cómo, pero salió a la calle arrastrando sus pies y bajando las escaleras. Se dio cuenta de que el frío era extremo y de que corría el mismo viento helado que calaba hasta los huesos. Miró hacia el cielo mientras la gente se agolpaba a su alrededor; quizás buscaba a Dios o a su madre. Sus piernas flaquearon y cayó de espaldas en el barro.

     Agonizaba, pero nadie quiso socorrerlo, pues inspiraba tal temor que los del pueblo solo quisieron verlo morir como si fuera una atracción de circo. El Trauco no les dijo una palabra, tampoco pidió ayuda. Tan solo un niño se atrevió a salir de todo ese tumulto. Al principio, se asomó con timidez, pero luego corrió y se arrodilló a su lado. Le acarició la frente y limpió el barro de su rostro. También le sonrió con gentileza. Fue el único que entendió que se trataba de un ser humano moribundo que se estaba despidiendo de este mundo.

—Niño —dijo el Trauco, ya exhausto—, no sé quién eres ni de dónde saliste. Por favor, ciérrame los párpados, no quiero morir con los ojos abiertos...

     Dio enseguida un último suspiro y todo terminó. El Trauco murió con los ojos abiertos, y fue aquel niño quien cerró sus párpados para siempre."

    ...Y sí, aquel niño soy yo. Como les dije, apenas recuerdo el episodio y no guardo ese rostro moribundo en mi memoria. Sin embargo, mi madre nunca perdió oportunidad de recordarme aquella historia, de la cual, según ella, fui partícipe. Siempre la escuché con atención, a pesar de las veces que me suplicó no seguir ese camino.

     Y, al parecer, seguí su consejo. No me pregunten cómo, pero entré a la universidad en Punta Arenas y, apenas me titulé de auditoría, me vine a Santiago. Tengo un buen trabajo y formé una familia. Mi madre murió hace dos años y, esté donde esté, sé que está orgullosa de mí.

     Alguien me da un abrazo por la espalda y un beso en la mejilla. Es mi mujer, aún con cara de dormida. No la sentí venir.

—¿Quieres tostadas con huevos revueltos? —pregunta.

     No contesto, pero sonrío y mis ojos se iluminan. No se necesitan las palabras. La sonrisa es respuesta suficiente para ella, y me lanza un beso con sus dedos desde el umbral de la cocina.